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Carlos Arenas, Revista REDES, 24 de abril de 2023
Pasada la Semana Santa, la comunidad educativa debe reflexionar sobre el hecho de la utilización de la escuela, incluso de la pública, en la exaltación de esta fiesta para-religiosa y “tradicional” de la primavera. Se dirá: ¿Quién puede escandalizarse porque esos angelitos y angelitas vestidas ellas con trajes negros y mantillas, ataviados ellos con bizarros uniformes legionarios amorosamente confeccionados con las amorosas manos de madre, salgan en procesión en horario escolar? ¿No son tiernos y graciosos? ¿No rinde culto a la tradición y a la inveterada idiosincrasia popular?
Mi intención aquí no es reproducir lo mucho que se ha escrito desde la sociología o de ciencia política sobre la importancia de los símbolos en la configuración de las mentalidades. Como repitiera nuestro compartido amigo Carlos Álvarez Santaló, en el espectáculo político-festivo-religioso que es la Semana Santa se organiza que el pueblo disfrute de las múltiples emociones visuales, olfativas y auditivas que se le brindan al efecto de que se sienta aquiescente con un orden social fraudulento, expresado en ritos dirigidos a conseguir la transferencia de modelos del mundo propios de las élites dirigentes hacia una clientela masiva, pastoreada y emocionada “hasta el tuétano”. Y añado: cuanto más desigual es una sociedad, y la andaluza lo era, y lo es en grado sumo, más dosis de rancio tuétano emocional hay que untar. Y untarlo desde “chiquetito”.
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