Los últimos casos de cancelaciones han reavivado un debate sobre el control político y el uso de la cultura que nos devuelve a épocas que creíamos superadas

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Alba Gómez García, El País, 22 de julio de 2023
No había acabado de leerla, aunque el censor ya barruntaba la escabrosidad que sugería la obra de teatro que tenía entre manos. Aquello iba de un asunto amoroso entre dos mujeres, pero lo que realmente molestaba a Emilio Morales de Acevedo –crítico teatral del Marca– era el tufo existencialista que rezumaban ciertos diálogos. Los otros dos censores que examinaron el texto no parecieron reparar en el drama lésbico que planteaba ¿Odio?, aunque coincidieron en que el autor, un tal Rafael Rosillo, tendría que refrenar su escepticismo y reescribir la obra, si quería estrenarla a comienzos del año próximo, 1950.
Los últimos casos de censura han reavivado un debate sobre el control político y el uso de la cultura que nos devuelve a épocas que creíamos superadas. El problema es complejo porque su naturaleza arraiga en el umbral de nuestra memoria. Tan antigua como las artes y las letras, la censura ha ejercido de inevitable sombra de la cultura. Nítida o difusa, mudable según la hora del tiempo y de la historia, ostenta jactanciosa apellidos grandilocuentes (política, religiosa, moral, estética…) y alienta a sus precursores a despachar alegremente las verdades definitivas, como quien reparte golosinas a los niños. Porque ya nuestros antepasados de la Antigüedad comprobaron la ineficacia de la censura sin el concurso de la propaganda y de una batería de razones que justificasen, más que nada, la estabilidad de sus gobiernos.
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