El monopolio eclesiástico de la muerte era un lucrativo negocio que no estaban dispuestos a perder. Costó dos siglos arrebatarles ese monopolio y conseguir la creación de cementerios municipales. Todavía hoy, más de la mitad de los cementerios de España son eclesiásticos, privados.

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Nieves Concostrina, Cualquier tiempo pasado fue anterior / El País, 8 de agosto de 2022
Hubo un tiempo en el que para conocer la estratificación social de una localidad bastaba con una misa. Allí, en los laterales de la iglesia, descansaban en capillas los difuntos de los clanes poderosos. Bajo las losas del piso, más ricas cuanto más cercanas al altar, se disponían el resto de familias. Y los pobres, sin medios para comprar una sepultura, yacían en el patio anexo.
La conocida como peste de Pasajes, una virulenta epidemia que acabó en unos meses de 1781 con más del 10% de la población del estratégico puerto de Gipuzkoa, marcó el principio del fin de una tradición tan insalubre como arraigada en la península Ibérica. Y dio lugar a la creación de los modernos cementerios civiles extramuros.
Carlos III ordenó en 1787 la creación de cementerios ventilados y extramuros de los pueblos y ciudades “para sepultar los cadáveres de los fieles” y que dejaran de producirse epidemias por la insoportable acumulación de muertos en criptas y suelos de las iglesias.
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