Mezcla impropia en la función religiosa de la bendición de las aguas
Alejandro Ortea. La Nueva España, 30 de junio de 2015
El rito en nuestro pueblo de la bendición de las aguas consiste en una especie de ¡agua va! con misa previa. Con cura revestido a todo trapo y, menos mal, un nutrido grupo de ciudadanos que protestaban por la presencia de representantes públicos en un acto a todas luces confesional y de una confesión concreta. No es una muestra de intolerancia, como la caritativa y pía cirujana, en auténtico trance de alcaldesa, ha balbuceado, sino todo lo contrario. Ni tampoco su presencia se justifica por ser tradicional, como ha querido justificar el párroco de San José. Es una falta de respeto a la no confesionalidad del Estado del cual nuestra Administración Local también forma parte, como tampoco es de recibo que sea con fondos consistoriales que se pague el tenderete y megafonía desde el que el cura echa su “speech” a las puertas del templo.
Afortunadamente, los representantes de la mayoría de la corporación municipal se abstuvieron de asistir al acto, lo que dejó claro que la mayoría de los gijoneses no están por la labor de bailarle el agua a unos clérigos católicos que tanto gustan de los fastos mundanos. Esto de ir para obispo y quedarse en párroco es lo que tiene: le gusta a uno brillar, aunque sea por un día y por lo que pudo ser y no fue. Apelar a la tradición, en casos como este, es una equivocación porque tradiciones hubo, con la Iglesia de por medio, que todos, incluidos los párrocos mundanos y dicharacheros, preferimos olvidar desde, por poner un hito, las abolición de la inquisición acá.
En lo que respecta a la pía alcaldesa, tampoco vale el argumento de que en su calidad de máxima representante ciudadana, su asistencia se justifica al existir una parte de la ciudadanía que profese la religión bajo la cual se practicó el rito, porque, según el mismo argumento también lo es de quienes no la profesan, los cuales pueden sentirse ofendidos.