Los abusos a menores en la Iglesia no son casos aislados, sino unos crímenes de carácter estructural que se tratan de blindar frente la justicia desde tiempos inmemoriales
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Juan José Tamayo, El País, 16 de junio de 2022
El negacionismo, el silencio y el ocultamiento de los crímenes de pederastia durante décadas, primero, el encubrimiento y la falta de denuncia ante los tribunales de justicia, después, y, ahora, la auditoría encargada por la Conferencia Episcopal Española (CEE) al despacho de abogados Cremades & Calvo Sotelo, cuyo presidente, Javier Cremades, ha reconocido su pertenencia al Opus Dei, organización eclesiástica encubridora de pederastas en su seno, son la mejor demostración del desprecio a las víctimas, de la falta de compasión hacia ellas por parte de la jerarquía católica española, que se convierte así en responsable y cómplice de dichos crímenes.
No vale decir que se trata de casos aislados y marginales, ni, como excusa, que la mayoría del clero católico y de los formadores de seminarios y noviciados de congregaciones religiosas han demostrado una conducta ejemplar. No, no son casos aislados y marginales, ni la pederastia es algo excepcional. Se trata de un problema estructural que debe resolverse a través de una transformación igualmente estructural de la Iglesia católica. Los pederastas se ubican en el ámbito de lo sagrado, que es considerado espacio protegido, es excluido del ámbito cívico y se pretende blindar frente a cualquier acción judicial. Así se viene procediendo desde tiempos inmemoriales.
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