Javier Sádaba, Público, 11 de abril de 2021
Los llamados evangélicos evangelistas son una amplia rama del protestantismo y que tiene su inspiración en Lutero. Lutero rompe con Roma y, esa es su intención, intenta retornar a la pureza de los inicios frente a la supuesta corrupción del Vaticano. Si en Roma existe una cabeza, el Papa, que manda sobre el resto de los creyentes cristianos, el protestantismo se parece a un archipiélago con muchas islas, algunas de estas de nuevo subdivididas.
A pesar de sus diferencias internas, evangélicos y romanos se declaran cristianos puesto que tienen creencias básicas comunes. Por ejemplo, Jesús es el Hijo de Dios que nos redimirá del pecado y nos salvará en una vida futura feliz. Tales creencias las basan en unos libros sagrados, los evangelios, que estarían revelados por el mismo Dios. Es verdad que lo que está escrito en los citados evangelios los católicos lo toman de una manera más amplia y alegórica, mientras que los evangelistas se agarran a lo escrito como si el texto fuera en sí mismo divino. De ahí su fundamentalismo, su integrismo y su dogmatismo.
Los evangelistas, y dejando atrás su historia, se están extendiendo por el mundo de modo imparable. Las causas de dicha expansión son varias. Por citar algunas, el poder económico, con el que les es fácil penetrar en las capas populares más empobrecidas. Téngase en cuenta que su base reside en Estados Unidos. En este aguerrido, económicamente y militarmente, país, la mitad de la población es evangelista, con la cantidad de ramificaciones antes citada, como es el caso, y es un ejemplo, de los pentecostalistas o los metodistas. De ahí sale buena parte del dinero que se derramará después, en nombre de un Dios Salvador, a lo largo del mundo. Por otro lado, no habría que olvidar el decaimiento del catolicismo romano. El catolicismo se ha hecho viejo y le falta, además, el ardor proselitista que les sobra a los evangélicos. Nada extraño que allí en donde antes se profesaba la fe católica ahora tomen el relevo los evangélicos. Es este un fenómeno que se da en muchos grupos y movimientos. Una vez que las ideas y los ideales se hacen difusos la derrota se disimula con palabras, gestos o una simple liturgia. El evangélico, sin embargo, se emociona, canta, grita, reza en común con las manos unidas y forma, así, una comunidad enfebrecida que se lleva por delante lo que comienza a contemplarse como algo sin fuerza ni firmeza.
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