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Miguel Santiago, Portal de Andalucía / Vía Observatorio del Laicismo, 2 de junio de 2022
Mucha gente esperaba con entusiasmo la llegada de la Semana Santa 2022 después de dos años sin salir procesiones a causa de la pandemia. La Semana Santa junto a las ferias de nuestras ciudades y pueblos es la gran fiesta andaluza. Puede gustar o no, puede que se vea como algo trasnochado, puede que no se entienda más allá de Despeñaperros, lo que no cabe duda es que nos referimos a una fiesta que traspasa los muros de la fe y de la propia religión. Por elegir una de tantas definiciones, la calificaría como la fiesta de los sentidos.
Coincidiendo con el equinoccio de marzo o primavera, los miles de naranjos de las calles de nuestros pueblos y ciudades exhalan a los cuatro vientos los aromas de sus discretos y blancos azahares. Bajo este embriagador aroma, que nos regala el sentido del olfato, gran parte del pueblo andaluz vive una de sus más hermosas semanas, la Semana de Pasión, que ahonda sus raíces en los paseos por el Nilo de las antiguas divinidades egipcias o en las pequeñitas diosas ibéricas preñadas de vida o en las procesiones de los dioses romanos. Una semana donde se degustan los alimentos propios de la festividad (pestiños, rosquitos, torrijas…). Es una gozada para el sentido del gusto saborear estas exquisiteces que parecen haber salido de la mano de una abuela andalusí. Ni que decir tiene que junto al olfato y gusto los sentidos de la vista, el oído o el tacto se estimulan ante la belleza de las obras de arte, las saetas y la multitud humana que recorre las calles en busca de un paso o trono.
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