
Víctor Moreno, Nueva Tribuna, 29 de julio de 2021
Sigo reparando en el desprecio que la clase política muestra de forma ininterrumpida hacia la Constitución, esa carta magna que cada vez que la pronuncian se les hace la boca agua. Tanto constitucionalismo por aquí y tanta defensa de su marco constitucional por allá, ¿para qué? Para despreciarlo a la mínima ocasión disponible.
Y, si no, dígase ¿para qué sirve que la Constitución establezca que el Estado español es un Estado aconfesional si quienes deberían mostrarle más respeto que nadie lo único que hacen es ciscarse en él anteponiendo sus creencias religiosas a dicho marco constitucional?
Una y otra vez, se burlan de lo que ellos mismos han determinado que sea el cauce aconfesional por el que debe regirse el comportamiento público institucional de quienes son los representantes del Estado.
¿Cómo es posible que una ministra del Gobierno, un presidente de una comunidad autónoma y un alcalde de una ciudad, delegados eximios de un Estado aconfesional, se apresten a representar la ciudadanía, a todo el pueblo español, en materia religiosa? ¿Cabe mayor disparate? ¿Qué diríamos de un ateo asistiendo a un concilio vaticano representando las creencias de los católicos de una comunidad? Para colmo acompañados por el Jefe del Estado, como es el rey, aplaudiendo su ofrenda del pueblo español al apóstol Santiago. Quien mayor ejemplo tendría que mostrar como jefe de un Estado aconfesional es el primero en conculcar dicho principio constitucional. Alguien tendría que llamarle la atención por este mayúsculo desliz que, por cierto, se ha convertido en hábito detestable.
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