En el combate contra los clérigos pederastas, algunos de muy alto rango, siempre ha habido en la Iglesia católica dos partidos: los partidarios de lavar la ropa sucia en casa, en la idea de que las informaciones sobre esos escándalos son cosa de anticlericales, y quienes quieren cortar por lo sano de una vez por todas.

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Juan G. Bedoya, El País, 26 de abril de 2022
En el combate contra los clérigos pederastas, algunos de muy alto rango, siempre ha habido en la Iglesia católica dos partidos: los partidarios de lavar la ropa sucia en casa, en la idea de que las informaciones sobre esos escándalos son cosa de anticlericales, y quienes quieren cortar por lo sano de una vez por todas. Son dos posiciones irreconciliables; la disputa viene de lejos. Para los prelados desmemoriados, bastaría con recordarles lo que relató el mismísimo papa Francisco en el avión de regreso a Roma desde Panamá, el 27 de enero de 2019. Hablaba de un episodio de encubrimiento, uno de tantos. Dijo a los periodistas: “El papa Benedicto tuvo todos los papeles. Pero había filtros por los cuales no podía llegar al meollo. Con ganas de ver, hizo una reunión. Después, fue allí [a ver a Juan Pablo II] con todos sus papeles. Cuando volvió, dijo a su secretario: ‘Archiva la carpeta, ganó el otro partido”.
En aquel momento, Benedicto XVI era el cardenal responsable de despachar los asuntos de pederastia, con la orden de hacerlo con la máxima discreción. No intervino, no denunció. ¿Disculpable? Por si hubiera dudas, el prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el cardenal João Braz, preguntado meses antes sobre aquel asunto, en declaraciones a la revista católica española Vida Nueva (15 de noviembre de 2018) había dicho una frase terrible: “Quienes han encubierto abusos durante 70 años son una mafia; no son Iglesia”. Sin duda, ellos no eran Iglesia. Pero eran el Papa y su policía de la fe y de las costumbres. Cuando ocurrió tan escandalosa situación, se decía una frase aún más extravagante. “No se castiga a un amigo del Papa”. En España, la versión sería: “No se castiga a un amigo del obispo” (pues muchos de los pederastas han sido reputados profesores en seminarios diocesanos o en prestigiosos colegios religiosos).
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