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Cándido Marquesán Millán, Nueva Tribuna, 3 de febrero de 2022
Existen muchos hechos de la dictadura franquista desconocidos lamentablemente para gran parte de la sociedad española. Si los conociera dudo mucho que pudiera votar a determinadas fuerzas políticas, que no condenan el franquismo. Para corregir este déficit están los historiadores comprometidos y de trabajo independiente, aunque muchas veces su labor no solo no es apoyada por los medios, sino que es boicoteada.
Hoy me referiré a un conjunto de actividades desarrolladas en esta época tan tenebrosa, como fueron las Misiones de la Iglesia católica. Actividades muy importantes en el apoyo y legitimación de la dictadura. Mi primer conocimiento de ellas ha sido gracias al libro de Fernando Sanz Ferreruela de la Universidad de Zaragoza, Catolicismo y cine en España (1936-1945). Profundizando en el tema he conocido el artículo de María Silvia López Gallego, de la Universidad de Valladolid, La difícil relación de la Iglesia y la organización sindical española durante el primer Franquismo. La creación de la asesoría eclesiástica de sindicatos (1944-1959). También he consultado el libro ya clásico de William J. Callaham, La Iglesia católica en España (1875-2002). Y el artículo de Francisco Bernal García de la Universidad de Sevilla, titulado Restaurando el pueblo de Dios en la España franquista. Las misiones de la Asesoría Eclesiástica de Sindicatos, 1949-1972. Y accesible en la Red.
Una descripción muy completa de las Misiones de la Iglesia católica es del artículo espléndido y para mí un auténtico descubrimiento de Francisco Bernal, al que le tomo la licencia de exponer los aspectos fundamentales, con algunas otras aportaciones de la bibliografía citada. Le doy la enhorabuena por su trabajo y que creo que merece la pena ser conocido por la sociedad española.
“La Iglesia católica en España ha tenido y sigue teniendo un gran poder a nivel político, económico, cultural, social, y, por supuesto, religioso“
Antes de iniciar la descripción, quiero hacer una reflexión. La Iglesia católica en España ha tenido y sigue teniendo un gran poder a nivel político, económico, cultural, social, y, por supuesto, religioso. Decía Montesquieu “que el poder corrompe y si el poder es absoluto, corrompe absolutamente”. Tanto poder ha tenido y sigue teniendo la Iglesia católica, que quizá ha llegado a interiorizar que tenía y “tiene” plena impunidad para cometer auténticas aberraciones, como los abusos sexuales a niños. También de que todavía se mantenga esa impunidad hoy son responsables la clase política, la justicia, los medios y la sociedad en su conjunto. Es mucho el poder de la Iglesia. Por ello, es intocable.
Los privilegios de la Iglesia católica fueron inmensos durante la dictadura -de ellos tratan las líneas de este artículo-, en pago por los servicios prestados, por haber justificado, legitimado y santificado la rebelión y la dictadura. Viene bien recordar que el 23 de noviembre de 1975, los dignatarios de la Iglesia y del Estado se congregaron en la enorme plaza situada frente al Palacio Real de Madrid para celebrar el funeral de Francisco Franco. El cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo y primado de la Iglesia española, y uno de los miembros conservadores de su jerarquía, fue el encargado de la homilía. Tras el recordatorio de la ceremonia celebrada en Madrid en la iglesia de Santa Bárbara del 20 de mayo de 1939, en la que Franco presentó su “espada de victoria” al cardenal Gomá, el cardenal Marcelo González Martín, rindió homenaje a ese “hombre excepcional” y le expresó su gratitud por su “fidelidad estimulante” a la nación y a la religión. Hecha esta introducción paso a describir las misiones de la Iglesia católica durante la dictadura.
A lo largo de la historia de la Iglesia Católica española, las misiones han ocupado un lugar destacado como instrumento de evangelización para las masas. En esencia, una misión era una campaña religiosa que se desarrollaba en una localidad durante unos días, generalmente entre siete y quince. En ellos un grupo de misioneros pertenecientes al clero regular, llegados desde fuera de la localidad, organizaba una serie de actos públicos de carácter religioso en los que intentaba involucrar a toda la población. Estas campañas buscaban revitalizar la vida religiosa de pueblos y ciudades y, especialmente, reforzar la labor pastoral de la Iglesia en zonas donde la presencia del clero era escasa o con una cristianización “deficiente”, debido a los bajos índices de práctica religiosa de sus habitantes.
Nacidas del Concilio de Trento, las misiones se desarrollaron entre los siglos XVI y XVIII como uno de los métodos preferidos de la jerarquía eclesiástica para trasmitir su mensaje a la población. Numerosas investigaciones en el ámbito de la historia moderna han analizado esta técnica de comunicación religiosa, poniendo de relieve sus implicaciones culturales, sociales e, incluso, políticas. Menos estudiado ha sido el hecho de que la Iglesia siguiese otorgando a las misiones un papel destacado durante los siglos XIX y XX. Las misiones no son sólo parte de la historia moderna de España, sino también de su historia contemporánea. Durante todo el siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX la Iglesia las fomentó como respuesta al proceso de secularización impulsado por la aparición del liberalismo, primero, y del republicanismo y el socialismo, más tarde. De este modo, lo que había sido una técnica evangelizadora característica de la religiosidad barroca pasó a convertirse en un arma para la defensa de una cultura tradicional católica que se sentía amenazada por los nuevos paradigmas emanados de la modernidad. Con la 2ª República en 1931 la actividad misional se vio considerablemente reducida-no confundir con las Misiones Pedagógicas, emblemáticas de la labor cultural de la II República-. Un régimen político de inequívoca vocación laicista, como era el republicano, no favorecía la celebración de una manifestación religiosa como la misión, buena parte de cuyos actos se llevaban a cabo en la vía pública y, por tanto, precisaban de una colaboración activa de las autoridades locales. Las escasas misiones que se realizaron durante el bienio radical-cedista se vieron rodeadas a menudo de tensiones: pueblos hubo en los que la llegada de los misioneros fue saludada con una amenaza de huelga general por parte de los sindicatos obreros.
Sin embargo, en 1939, con el final de la Guerra Civil, esta situación cambió radicalmente. La Iglesia católica vio en la victoria del Ejército franquista la oportunidad para llevar a cabo una profunda re-evangelización de la sociedad española. Con la derrota republicana quedaban expulsadas de la vida pública las fuerzas políticas que habían actuado como vanguardia del proceso de secularización. Para la jerarquía eclesiástica éstas eran las circunstancias ideales para iniciar un ambicioso proyecto de recatolización de masas destinado a restaurar la España católica tradicional, entendida como una comunidad sin fisuras, donde fe y práctica religiosas vertebrasen la vida social cotidiana. Dentro de este proyecto de reconquista católica, a las misiones les fue asignado un papel muy importante.
“La posguerra constituyó una auténtica “edad de oro” de las misiones en la historia del catolicismo español“
Desde comienzos de la década de 1940 se pusieron en marcha campañas misionales masivas que se reprodujeron periódicamente durante las décadas de 1940 y 1950. En muchas diócesis fueron misionadas todas y cada una de las localidades que las integraban, pudiéndose decir que la posguerra constituyó una auténtica “edad de oro” de las misiones en la historia del catolicismo español. Las misiones de posguerra se caracterizaron por llevar a cabo una fuerte movilización de masas en los espacios públicos de pueblos y ciudades. Los actos misionales irrumpían en el espacio urbano con sus rosarios de la aurora, procesiones, vía crucis y misas de campaña. Sobre estos actos me extenderé más adelante. El tiempo de lo cotidiano –del trabajo, de la educación o de la vida en familia– quedaba supeditado al tiempo de lo sagrado. Durante las décadas de 1960 y 1970 la Iglesia española se vio convulsionada por las conclusiones del Concilio Vaticano II. Muchos sacerdotes se replantearon los métodos de evangelización tradicionales y cuestionaron la idea misma de reconquista católica como modelo de religiosidad deseable para la sociedad española. Conviene subrayar, sin embargo, que estos cambios no se tradujeron en un abandono de las misiones. Muy al contrario, éstas siguieron realizándose durante toda la década de 1960 y durante los primeros años de la de 1970, auspiciadas por los sectores más tradicionalistas del episcopado. La idea de que las misiones fueron un elemento distintivo del primer franquismo que, indirectamente, se desprende de la lectura de algunos textos resulta, por lo tanto, errónea. Indudablemente, con el paso de los años las misiones fueron perdiendo espectacularidad y poder de convocatoria, pero no por ello vieron alterado lo esencial de sus contenidos.

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Para hacernos una idea del despliegue, la espectacularidad y la parafernalia de estas misiones pondré algunos ejemplos. Sobrecogen que tales actos de exaltación religiosa tan exacerbada y además en gran parte impuesta a la ciudadanía ocurrieran en la España de solo hace unas décadas. Y esto deja huella. Los que nacieron en los 30, 40, 50 y 60 es probable que las recuerden. De verdad, sobrecogen. No puedo entender que en una Europa de mitad del siglo XX se llevasen a cabo actos religiosos, que recordaban tiempos medievales o del Barroco. Veamos algunos contundentes ejemplos. Puede servir la descripción del libro antes citado de Fernando Sanz Ferreruela de La «Santa Misión» del año 1942, coincidiendo con la Cuaresma, de Zaragoza, que fue una suerte de ejercicios espirituales, en serie y a gran escala, con la principal particularidad de que no sólo tuvieron lugar en las iglesias de la ciudad, sino que la proliferación de sermones, predicaciones y actos eucarísticos, con comuniones generales, tuvieron como marco la gran mayoría de los ámbitos sociales y laborales. La Santa Misión de Zaragoza se predicó en la Catedral de La Seo, las parroquias de San Pablo, Santiago, Santa Engracia, San Miguel, Altabás, el Portillo, y las nuevas parroquias de San Vicente, San Valero y San Braulio, pero además, se ofrecieron conferencias cuaresmales en numerosos centros de enseñanza, colegios, institutos y facultades universitarias, fábricas, talleres, hospitales y cuarteles, sin olvidar el Ayuntamiento, los centros obreros, la redacción de algunos diarios, las prisiones, las cajas de ahorros, y un largo etcétera hasta un total de setenta ubicaciones.
Según el Eco de la Santa Misión, Excmo. Ayuntamiento de Zaragoza: “Durante su transcurso celosos misioneros, enviados por el padre de familias de la grey cesaraugustana, han derramado profusamente la semilla del Evangelio en los templos y en las fábricas, en academias y talleres, en cuarteles y en escuelas, en colegios y universidades (…) junto al martillo que canta y la sierra que chirría, y al cilindro que voltea y al motor que trepida, se ha escuchado la voz del sacerdote de Cristo, que ha sabido concertar la oración con el trabajo”.
Para hacernos una idea del alcance y trascendencia adquiridos por esta misión de Zaragoza, basta tan sólo señalar que las charlas, meditaciones y actos litúrgicos contaron con la participación, según las estadísticas manejadas en su momento, de 58.521 personas, y se distribuyeron un total de 52.991 comuniones. Debe señalarse que en 1940 la ciudad de Zaragoza rozaba los 240.000 habitantes, de manera que –en cifras absolutas– llegaron a concurrir en dichas misiones un 25% de los habitantes de la ciudad, al margen de la participación masiva en la Eucaristía de más de un 90% de los asistentes a dicho evento. Fue precisamente esta participación multitudinaria de fieles, bajo el llamamiento de los poderes civiles y religiosos, el objetivo perseguido por los mismos en su pertinaz empeño por recatolizar el país y, utilizando en parte la obediencia debida al Estado y a la Iglesia, para encuadrar a la población en los principios rectores del «Movimiento Nacional».
Según el libro de Callaham, en la misión de Barcelona de 1941 más de 500 sacerdotes reclutados de diversas órdenes religiosas predicaron en 203 iglesias, salas de actos, y fábricas. Ejemplo que siguió el mismo año Sevilla. Los organizadores no escatimaron esfuerzos en su afán de crear una atmósfera de inmersión religiosa total. En Vigo con fondos procedentes de bancos, empresas y los gobiernos municipal y provincial, colgaron anuncios de las misiones en escaparates y convencieron a la empresa encargada del trasporte público local para colocar grandes cruces iluminadas en los tranvías. En La Coruña, 30 ciclistas recorrieron la ciudad distribuyendo octavillas que anunciaban la misión, y en Salamanca, varios jóvenes católicos repartieron 30.000 pasquines donde se hacía hincapié en la “verdades eternas” que se proclamarían en los días venideros. En Vigo en 1942, más de 20.000 personas asistieron a los servicios parroquiales. Otros centros se ocuparon de las escuelas primarias (12.000), de los alumnos de secundaria (3.000), del personal militar (2.700), de los empleados municipales (150), de las costureras y las sirvientas (1.700), de los trabajadores (4.000), de los empleados de trasportes (1.000) y de los trabajadores de periódicos (200). Incluso los 400 reclusos de la cárcel de la ciudad recibieron su propio servicio religioso. La misión de Vigo se inició con una procesión de 45.000 personas. Posteriormente un “rosario del mar” atrajo a unas 80.000 personas, que fueron a observar una flotilla de 24 barcos que escoltaban una estatua de la Virgen.
Prosigo con el artículo de Francisco Bernal García.
El resurgir experimentado por las misiones en las décadas de 1940 y 1950 no constituyó un fenómeno exclusivo de España, sino que es constatable también, tras la 2ª Guerra Mundial, en otros países europeos de tradición católica, como Francia o Italia.