
Cruzados del siglo XX. Alegoría de Franco y la Cruzada / Arturo Renque Meruvía
Adrián Juste, AlDescubierto, 8 de diciembre de 2020
La religión y las creencias espirituales de todo tipo han regado la Historia de la Humanidad prácticamente desde que se tiene constancia del paso del ser humano por el planeta. Se cree, de hecho, que la primera construcción donde las personas empezaron a cooperar y, por lo tanto, a funcionar como sociedad (aunque fuera de manera muy primitiva), data de hace unos 12.000 años y tuvo un motivo religioso.
Podría decirse, por una cuestión lógica, que desde que el ser humano tiene la capacidad de hacerse preguntas sobre el sentido de la vida y el origen de todo lo que le rodea, existe la religión. Y, como tal, creencias de este tipo hay prácticamente tantas como culturas en el mundo.
Según el autor Kenneth Shoulder en su libro The Everything World’s Religions Book, existen cerca de 4.200 religiones vivas en la actualidad. A estas habría que sumar todas las que ya han desaparecido y las que nunca se llegarán a conocer.
No es de extrañar, por lo tanto, que la religión haya formado parte de infinidad de procesos históricos y de cambios sociales, políticos, culturales, económicos y de casi cualquier índole. En las expansiones territoriales de Oriente Medio, por ejemplo, entender el papel del Islam es fundamental, del mismo modo que el Cristianismo en el caso del Imperio Español.
Al final, las religiones no son más que un sistema de creencias, costumbres, valores y símbolos establecidos en torno a una idea de la divinidad, de lo sagrado o de lo espiritual que distintos grupos humanos adoptan como guía en sus vidas, para dar sentido a la misma y como guía de lo que es correcto o incorrecto.
Como tal, en prácticamente todas las épocas y contextos culturales, la gente ha sido mayoritariamente creyente y/o adepta de alguna religión. El agnosticismo y el ateísmo, aunque también existen desde siempre, aún hoy en día siguen siendo posturas minoritarias, reuniendo alrededor del 13% de la población, si bien hasta el 23% se considera “no religiosa”. [En España, en el último barómetro del CIS, diciembre 2020: 36 % se declaran ateos, no creyentes o agnósticos]
No debería extrañar, por lo tanto, que la religión se haya usado tanto para bien como para mal. En este sentido, se ha utilizado (y se utiliza) para legitimar el abuso de poder y el poder en sí mismo. Es más, las seis últimas monarquías absolutas que todavía quedan en el mundo utilizan creencias religiosas para justificar su existencia.
Y, por supuesto, la extrema derecha no es una excepción. Salvo contadas excepciones, las fuerzas ultraderechistas se han servido o se sirven de la religión para justificar sus acciones e incluso las jerarquías de las organizaciones religiosas se han puesto del lado de dictadores y de las clases altas hasta cuando éstas cometían atrocidades en su nombre.
El cristianismo, y más concretamente, el catolicismo, es una de las religiones destacadas en este tema cuando hablamos de España.
Cristianismo y poder
El Cristianismo nació a mediados del siglo I y se basa en las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Durante más de 300 años fue una religión ampliamente perseguida, pero consiguió extenderse por todo el Imperior Romano hasta que, con el Edicto de Milán en el 313, se reconoció a los cristianos la libertad de reunirse y practicar su culto.
En el Concilio de Nicea del año 325, el emperador Constantino I, el primer concilio cristiano como tal, se unificaron diferentes cuestiones referidas a la religión (como el origen divino de Jesús).
Estas decisiones buscaban, en realidad, la llamada “paz religiosa”, es decir, que los distintos cultos dejaran de rivalizar y enfrentarse entre ellos, incluyendo las mismas divisiones en el seno del cristianismo.
Finalmente, en el 380, con el Edicto de Tesalónica, se convirtió en la religión oficial, sustituyendo a los antiguos cultos paganos de la mitología romana y griega clásicas.
A partir de aquí, la religión cristiana pasó de considerarse una secta judía a convertirse en una de las religiones más influyentes de la Historia, especialmente en las sociedades occidentales.
El cristianismo, no obstante, ha sufrido varias escisiones: en el Concilio de Calcedonia del 451, se separaron las iglesias orientales de las occidentales; en el 1054, se separaron la Iglesia católica de la Iglesia ortodoxa en lo que en el cristianismo se conoce como el Gran Cisma; y, a principios del siglo XVI, surgió el protestantismo, que se enfrentó al catolicismo en la llamada Reforma protestante y la Contrarreforma, que tuvieron su punto álgido en el Concilio de Trento entre los años 1545 y 1563.
Además, el cristianismo tiene un gran número de divisiones, casi todas derivadas de la rama protestante: evangélicos, anglicanos, luteranos, calvinistas, metodistas, adventistas…
Actualmente, todas las religiones cristianas suman unos 4.200 millones de creyentes aproximadamente, extendiéndose por Asia (Iglesia Ortodoxa), Europa (Iglesia Católica en el sur, Protestante en el norte y Ortodoxa en este y sudeste) y América (Protestante en el norte e Iglesia Católica en centro y sur del contienente) y el centro y sur de África (Iglesia Católica).
Catolicismo y poder
La religión cristiana vivió una lenta pero constante extensión por toda Europa, especialmente gracias a las llamadas “misiones cristianas” (de ahí la palabra “misionero”) y el establecimiento de órdenes mendicantes, organizaciones religiosas que hacen voto de pobreza y residen bajo ciertas normas en un mismo sitio para consagrar su vida a Dios.
La Iglesia Católica comenzó a poseer propiedades para su culto que, más tarde, sirvieron para empezar a consolidar su poder. De hecho, se estima que el sistema feudal comenzó a surgir mediante las relaciones económicas entre propietarios y no propietarios como defensa ante las invasiones externas y los conflictos armados, pues las grandes propiedades (castillos, monasterios…) servían para la defensa.
En el 751, la Iglesia Católica sería dueña de su propio país mediante la creación de los Estados Pontificios, que se mantendrían casi ininterrumpidamente hasta el año 1870, cuando entraron a formar parte del Reino de Italia tras la unificación de la península. En 1929, el dictador Benito Mussolini, mediante el Pacto de Letrán, cedería un pequeño territorio de Roma para la creación del Estado de Ciudad del Vaticano, una de las monarquías absolutas que quedan todavía en el mundo.
El clero se convirtió así en un poderoso estamento de la sociedad feudal y también hasta el siglo XVIII con la llegada de la Revolución francesa y del advenimiento de las primeras revoluciones liberales que apostaron por la secularización. De hecho, la amortización de los bienes de la Iglesia fue una de las principales demandas de la sociedad en la época.
Como tal, ejerció como poder de facto y de iure durante siglos, ejerciendo un importante papel en la política internacional y también interna en los países donde era mayoritaria. Un ejemplo está en las famosas Cruzadas o la creación de la Santa Inquisición, con la que se pretendía acabar con la herejía.
La Santa Inquisición Española, de hecho, ha cobrado bastante fama y duró entre 1478 hasta 1834.
La expansión del Imperio Español por América también supuso un choque religioso. Con la pretensión de evangelizar a las nuevas comunidades y sociedades encontradas, se llevaron a cabo numerosos abusos de poder. Aunque existe cierta leyenda negra y controversia acerca de la conquista española del continente americano, la imposición religiosa a costa de los cultos tradicionales fue una realidad.
Tanto la Iglesia Católica como numerosas órdenes religiosas también fundaron escuelas y universidades, ejerciendo el casi total monopolio del conocimiento. Si bien muchas de estas órdenes se dedicaron a transcribir manualmente numerosos volúmenes y gracias a ello se pueden consultar hoy en día, la educación estuvo muy limitada a la pertenencia a las mismas y, por lo tanto, intrínsecamente ligada a la vida religiosa.
La Iglesia Católica también se enfrentó a toda organización religiosa, aunque fuera de inspiración cristiana, que desafiara su poder político y económico. Fue el caso de la Orden del Temple o los Caballeros Templarios, que llegaron a poseer numerosas propiedades por buena parte del mundo conocido hasta que finalmente fueron declarados herejes y perseguidos en 1312 tras dos siglos de existencia.
Con la aparición de las monarquías absolutas, lo hizo también el llamado Derecho Divino, esto es, que el rey solo podía responder ante Dios, pues era la palabra de él en La Tierra. El Derecho Divino trató de legitimar el poder absoluto de los reyes en base a la religión y la divinidad.

Fernando VII recuperó los privilegios de la iglesia católica / Retrato con manto real / Goya 1814-1815 (fragmento) Museo del Prado
Los ultrarrealistas o ultramonárquicos
El movimiento ultrarrealista, más tarde convertido en organización política, es considerado como los antecedentes más lejanos de la extrema derecha moderna.
Surgieron a principios del siglo XIX como un movimiento contrarreformista que, mientras las revoluciones liberales de esa época buscaban una mayor igualdad, justicia social y configurar estados democráticos para acabar con la autoridad de los monarcas y con la sociedad clasista del Antiguo Régimen, buscaba regresar a la monarquía absoluta y devolver la autoridad a la Iglesia Católica.
El ultramonarquismo se impulsó a través de sociedades secretas, dirigidas en secreto por Carlos Felipe de Borbón, que sería coronado brevemente como Carlos X en 1824, que llevaron a cabo una fuerte labor de propaganda, difusión de falsedades y ataques a sus rivales políticos. Es el caso de la Orden de los Caballeros de la Fe, fundada en 1810. Esta orden buscaba conspirar para restaurar a los Borbones en el trono de Francia y defender los privilegios de la nobleza, del clero y, en especial, de la Iglesia Católica.
Los máximos pensadores e ideólogos del ultrarrealismo fueron Joseph-Marie (conde de Maistre) y Louis Gabriel (vizconde de Bonald). Por su parte, Joseph-Marie es considerado uno de los máximos representantes del pensamiento contrarrevolucionario. En sus obras, entre las que destaca Consideraciones sobre Francia (1797) critica con crudeza la Revolución Francesa, tildándola de acontecimiento “satánico”. Por otro lado, situó a Dios y a lo divino como punto central de todas sus ideas.
Maistre pensaba que existía un orden natural de organizar la sociedad y la política que tenía una explicación religiosa. Así, cualquier otro orden establecido mediante la razón o el conocimiento, llevaría al desastre, diciendo que el ser humano no debía intentar ni entender este orden divino, sino aceptarlo y plegarse ante él. De este modo, justificaba la monarquía absoluta, el liderazgo moral de la Iglesia y el Papa y la sociedad estamental en toda su extensión. También defendió a la Santa Inquisición.
Louis de Bonald destacó por su pensamiento católico tradicionalista. Aunque al principió colaboró con la revolución, pronto se apartó de ella por el carácter antirreligioso de la misma. Durante toda su vida, defendió el origen divino de la organización de la sociedad y se pronunció contra el divorcio, a favor de las tradiciones católicas y del derecho divino de las monarquías.
Los ultrarrealistas llegaron a tener representación política en la Francia de Luis XVIII, quien hizo lo posible por adoptar una postura moderada y congraciar, sin éxito, a reformistas y contrarreformistas (de ahí que se dijera que los ultrarrelistas eran más monárquicos que el propio monarca).
Finalmente, llegaron al poder en 1824 con Carlos X como rey. Tras años de bloqueos parlamentarios y de intentos por devolver privilegios a la nobleza y al clero, la Revolución de 1830 acabó con todas sus pretensiones.
En España, el ultrarrealismo tuvo su máximo exponente con la figura de Fernando VII. Tras la caída de Napoleón Bonaparte en 1814, España dejó de estar ocupada por los franceses, así que Fernando VII acudió para reclamar el trono. En 1812 se habían constituido las Cortes de Cádiz y elaborado una Constitución para convertir España en una monarquía parlamentaria, pero Fernando VII decidió que prefería regresar al absolutismo, devolver los privilegios al clero y a la nobleza y restaurar la Santa Inquisición.
Así, en 1814, 69 diputados absolutistas firmaron junto a Fernando VII el llamado Manifiesto de los Persas, donde reflejaron todas sus ideas. La mayoría de los ultrarrealistas eran miembros del clero y la nobleza de la época. España, en pleno apogeo revolucionario, volvió al Antiguo Régimen durante seis largos años, caracterizados por crisis continuas y por la persecución política.
En 1815, Fernando VII ingresó a España en la Santa Alianza, un acuerdo de carácter cristiano con el Imperio Ruso y el Imperio Austrohúngaro para defender el absolutismo y el poder de la Iglesia Católica.
En 1820, un pronunciamiento militar encabezado por Rafael Riego obligó al rey a jurar la Constitución y a doblegarse ante las Cortes de Cádiz. Sin embargo, la Santa Alianza intervino en 1823 al enviar Francia a los Cien Mil Hijos de San Luís, tropas que restituyeron el absolutismo en el país. Como curiosidad, el Himno de Riego fue rescatado como himno de España durante la Segunda República.
Tras esto, Fernando VII creó el Cuerpo de Voluntarios Realistas, una milicia que llegó a contar con 200.000 miembros. Según Fernando VII la creación de este cuerpo era “una medida reclamada por los verdaderos amantes de la monarquía y los interesados en la restauración”. En Málaga, se creó Cuerpo de Voluntarios Realistas de Málaga, un cuerpo formado por lo monárquicos más radicales que apoyaban fielmente al rey. Este cuerpo trabajó sin pedir nada a cambio, simplemente por el hecho de combatir los ideales liberales.
Durante diez años, con la connivencia del catolicismo, el absolutismo se siguió imponiendo, pero cada vez con menos fuerza.
Casi al mismo tiempo que se convertían en una fuerza irrelevante en Francia, los ultrarrealistas desaparecieron en España tras la muerte de Fernando VII en 1833 y la coronación de Isabel II.
Por su forma de organizarse, las iglesias ortodoxas y protestantes no han asumido un papel tan evidente en el poder en general y en la ultraderecha en particular. Aunque en general han asumido una línea muy parecida, su influencia y su rol ha sido menos destacado, ya que no asumen una autoridad única y centralizada, sino que se dividen o bien en corrientes e Iglesias diferenciadas (protestantismo) o en zonas geográficas concretas (ortodoxia).

Homenajes al dictador Francisco Franco en el panteón de Mingorrubio donde puede verse el logotipo del Movimiento Católico Español. Autor: MCE / Fuente
El franquismo, la ultraderecha y el catolicismo
El siglo XIX estuvo plagado de diferentes revoluciones que transformaron el mundo para siempre, configurando los cimientos de los Estados modernos y del sistema político, económico y social que todo el mundo conoce.
La pérdida de privilegios y de poder por parte de la Iglesia Católica hizo que buena parte de la jerarquía de la organización se pusiera del lado de quienes defendían el Antiguo Régimen y el poder y autoridad de la Iglesia y de los valores religiosos, como ya se vio con los ultrarrealistas.
Además, los dogmas y axiomas de la Iglesia Católica, resistentes (como suele suceder en todas las religiones) a los cambios y a a las adaptaciones al mundo moderno, situaron a la religión en posiciones conservadoras, a veces de manera muy radical, llegando a oponerse a la ciencia en muchísimos casos.
El filósofo y escritor Karl Marx, escritor de El Capital (1867), llegó a decir en 1844 que “la religión era el opio del pueblo”. Para Marx, tanto el nacionalismo como la religión eran ideas artificiales que agrupaban a la clase obrera en función de intereses ajenos que no beneficiaban a los suyos.
Así, la polarización de la Iglesia Católica hacia posiciones derechistas fue haciéndose cada vez más evidente, escudándose en la religión y en lo divino para atacar determinadas posiciones políticas, algo que sigue sucediendo a día de hoy.
Antecedentes: choque entre liberales y conservadores
En España, las elecciones municipales de 1931 bajo la monarquía parlamentaria de Alfonso XIII tras un periodo de dictadura militar dio mayoría de partidos a favor de un modelo republicano en las grandes ciudades que hizo que el rey abdicara y huyera del país. Para las corrientes republicanas, uno de los elementos clave de la legitimación del modelo monárquico era la unión entre Estado, poder e Iglesia.
Hay que tener en cuenta que, en 1923, el general Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de estado y gobernó con la connivencia de Alfonso III mediante una dictadura militar, de forma un tanto similar a Benito Mussolini en Italia. Miguel Primo de Rivera pertenecía al Centro de Acción Nobiliaria, un grupo que trataba de reunir a toda la nobleza de España y que recibió el apoyo de sectores católicos.
En 1924, creó el partido Unión Patriótica, donde trataba de congraciar a todo el ultraconservadurismo, incluyendo al movimiento monárquico carlista, cuyo lema era precisamente “Dios, Patria y Rey”.
Por lo tanto, la separación Iglesia-Estado, la secularización y la libertad religiosa eran claves para la constitución de la Segunda República. La situación, ya de por sí tensa en líneas generales, provocó numerosos altercados, entre ellos, la quema de diferentes edificios eclesiásticos por parte de la muchedumbre, hecho que se repitió en 1934 y de forma aislada en otras ocasiones.
Además, pese a los intentos de moderación inicial por parte del nuevo gobierno republicano, los privilegios de la Iglesia Católica comenzaron a desaparecer, conformando uno de los ejes de tensión entre conservadores, liberales, progresistas y socialistas.
Guerra Civil y régimen franquista
Como consecuencia, la Iglesia Católica se puso mayoritariamente del bando sublevado durante la Guerra Civil que se dio entre 1936 y 1939 cuando un sector del ejército hizo un golpe de estado comandado por el General Emilio Mola y que finalmente llevarían a Francisco Franco al poder, quien gobernaría de forma dictatorial hasta 1975 imponiendo un régimen ultraderechista de inspiración fascista.
Francisco Franco tildó la Guerra Civil de “cruzada”, haciendo hincapié en el carácter católico y ultraconservador de sus motivaciones políticas. Mediante el Decreto de Unificación de 1937, Franco unió a monárquicos, católicos y falangistas en una única formación política, la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), que sería la única permitida durante su régimen. Completaba, así, los deseos que tuvo en su momento Miguel Primo de Rivera.
Sobre la relación entre la religión católica y el franquismo, el historiador Hilari Raguer, en su libro La pólvora y el incienso. La Iglesia y la Guerra Civil española (1936-1939) (2001), menciona que, en su manifiesto inicial, el levantamiento del ejército contra la Segunda República no hacía mención a la religión. Pero que, sin embargo, por intereses y por el contexto de la época, pronto adquirió ese cariz de “cruzada”.
Es decir, a pesar de que la Iglesia Católica en España no participó como tal en el golpe de estado, Raguer asegura que, “en el ambiente tenso de la primavera de 1936, la casi totalidad de los obispos deseaban una intervención del Ejército”. Por otro lado José María Gil Robles, el líder del partido católico la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que durante las elecciones de febrero de 1936 había sido apoyado por la jerarquía eclesiástica española y por el Vaticano, entregó al general Mola unas semanas antes del golpe medio millón de pesetas de los fondos del partido.
Calificar el Alzamiento Nacional de “cruzada” o “guerra santa” en defensa de la religión resultó muy oportuno para legitimar y maquillar el golpe militar, aunque “no fueron los sublevados quienes solicitaron la adhesión de la Iglesia, sino que fue ésta la que muy pronto se les entregó en cuerpo y alma”.
En lugares como Navarra, de hecho, multitud de personas miembros del clero y de la Iglesia Católica se alistaron para combatir del lado del bando franquista.
Sin embargo, el Papa Pío XI se mostró equidistante frente a la guerra en un discurso público, por lo que el bando nacional optó por difundirlo pero sesgado de forma que pareciera que el Vaticano consideraba la guerra como una cruzada católica. Por ejemplo, el Papa condenó abiertamente el nazismo, algo que se ocultó en España. Tras esto, diversas personalidades eclesiásticas españolas apoyaron este línea del discurso y legitimaron al bando sublevado, poniéndose a su servicio. El obispo Pla y Deniel, por ejemplo, le cedió a Franco su palacio episcopal en Salamanca para que lo utilizara como su Cuartel General.
Solo hubo una excepción: el Partido Nacionalista Vasco (PNV), partido católico, se negó a apoyar al bando sublevado, declarando su lealtad a la República. De hecho, las represealias del bando republicano a la Iglesia Católica en la zona fue bastante mínima, existiendo una cooperación mutua. Esto hacía que se desmontara parcialmente el teatro de “la cruzada”, por lo que el País Vasco fue un objetivo prioritario durante el conflicto (entre otros motivos).
Se nos pregunta del otro lado que a dónde vamos. Es fácil, y ya lo hemos repetido muchas veces. A imponer el orden, a dar pan y trabajo a todos los españoles y a hacer justicia por igual, y luego, sobre las ruinas que el Frente Popular deje –sangre, fuego y lágrimas- edificar un Estado grande, fuerte y poderoso que ha de tener por galardón y remate allá en la altura una cruz de amplios brazos, señal de protección para todos. Cruz sacada de los escombros de la España que fue, pues es la cruz, símbolo de nuestra religión y nuestra fe, lo único que ha quedado a salvo entre tanta barbarie que intenta teñir para siempre las aguas de nuestros ríos con el carmín glorioso y valiente de la sangre española – Discurso del general Mola en 1936
En 1937, preocupado por la condena del catolicismo europeo al desarrollo de la Guerra Civil, Francisco Franco se las ingenió para que determinados representantes eclesiásticos firmaran la Carta colectiva de los obispos españoles con motivo de la guerra en España. La carta tenía como objetivo vender que la Iglesia Católica en España estaba unida contra la Segunda República. Y funcionó. Tanto así que, en 1939, ganada la guerra, el Papa Pío XI felicitó a Franco por su “victoria católica”.
Además, cubrió la simbología del régimen de referencias a los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla y otros iconos católicos. El matrimonio entre estos dos monarcas unió ambos reinos hasta conformar España más o menos como se conoce hoy en día. Además, crearon la Santa Inquisición, impusieron la conversión forzosa al catolicismo y llegaron al continente americano, marcando el inicio del Imperio Español. Así, los Reyes Católicos es para la ultraderecha española lo que el Imperio Romano para la ultraderecha italiana: un orgullo y una aspiración.
yugo y las flechas (a su vez logotipo del partido Falange Española y de todos los partidos nacionalsindicalistas), la Cruz de Borgoña, el Águila de San Juan o el Águila Bicéfala, son algunos ejemplos. De hecho, el Águila de San Juan formó parte de la bandera española durante la dictadura de Franco (entre 1938 y 1977).
Parte de estos símbolos, como el Águila Bicéfala u otros signos religiosos como la Cruz Patriarcal o la Cruz Celta han sido y son también empleados por grupos ultraderechistas en base a su origen católico y/o cristiano.