
Miguel Santiago, Portal de Andalucía, 15 de agosto de 2021
La primera década del presente siglo ha sido nefasta para la gestión de la Mezquita. A medida que iba en aumento el número de visitantes, y las consiguientes ganancias en la tesorería del cabildo catedralicio, a los obispos de la diócesis cordobesa les molestaba cada vez más el origen andalusí e incluso la singularidad del monumento, copándolo de cuadros o muebles relacionados con la liturgia católica, atentando contra la belleza y originalidad del mismo. Llegarían al extremo de cambiar el relato histórico de la Mezquita en sus publicaciones, haciendo ver que sólo representa un paréntesis de 500 años en lo que siempre, según ellos y no demostrado académicamente, ha sido catedral. Erigieron museos en el interior del templo para demostrar la existencia de una hipotética basílica cristiana, supuestamente enclavada en el subsuelo de la aljama cordobesa, a través de piezas arqueológicas pertenecientes a la época visigoda. Para ello utilizaron una excavación arqueológica, a tres metros de profundidad a ras de suelo, para indicar que eran los restos de la basílica de San Vicente, científicamente no documentada. Transcurrían los años y la obsesión aumentaba de tal manera que el espectáculo nocturno ofrecido en la Mezquita desde el año 2010, pagado con fondos de la UE, acabó convirtiéndose en una “catequesis” para los miles de visitantes, después de haber pagado 18 euros. Nada más llegar el actual obispo Demetrio Fernández a Córdoba mandó anular el nombre de Mezquita al universal monumento andalusí. Manifestando con ironía que sabía que tal decisión daría la vuelta al mundo.
Pusieron tanto empeño en desnaturalizar su historia, enmascarar su arquitectura arábigo-andalusí y borrar su memoria que sólo les quedaba inmatricularla, gracias al cambio de ley hipotecaria del gobierno de Aznar, en el mes de marzo de 2006 por 30 euros, con la venia del registrador de la propiedad.
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