No fue eso lo que prometieron en el discurso de investidura y en sus programas electorales. Dejan las cosas como estaban, confundiendo mediocridad y prudencia con cobardía a la hora de enfrentarse con uno de los males endémicos del Estado español”, reflexiona Antonio Manuel Rodríguez.
Antonio Manuel, La Marea, 19 de febrero de 2021
Decía Baudelaire que Dios es el único ser que para reinar no tuvo siquiera la necesidad de existir. Pero quienes reinan en su nombre, sí. Y la única manera de mantenerse vivos consiste en acaparar poder y patrimonio para perpetuarse. Nada que ver con lo que predicaba el Dios al que rezan. La Iglesia, por encima de Dios, cree en sí misma.
La jerarquía católica en España siempre tuvo poder y patrimonio mientras formó parte del Estado como una muñeca rusa. Y aun así, la desconfianza de los monarcas castellanos y aragoneses se plasmó en numerosas órdenes que prohibían o revocaban las donaciones a la Iglesia. Fue José Bonaparte quien nacionalizó todos los bienes que poseía, conforme a los postulados ilustrados de la Revolución Francesa. Así se explica que el clero apoyara la Constitución de Cádiz, a cambio de que se incluyera en su articulado que la religión de España era la católica, apostólica y romana, única y verdadera.
Sobra decir que para nada creía en el constitucionalismo y que tan pronto regresó Fernando VII se abrazó a su causa, a cambio de que salvaguardara su poder y su patrimonio. A medida que se agudizaba la crisis social, los ilustrados reivindicaron la urgencia de recuperar para el Estado los bienes que la Iglesia poseía en manos muertas. Esta fue la razón que motivó las primeras desamortizaciones. Aunque fracasaron en la finalidad social que defendía Flórez Estrada, al hacerse con ellos la incipiente burguesía y no los campesinos, lo importante es que el Estado no indemnizó a la Iglesia, dejando bien claro que siempre fueron bienes públicos. Read the rest of this entry »