
Javier Sádaba, Público, 21 de julio de 2020
Habitualmente hablamos, con excesiva alegría, de los mitos, de la magia que nos puede envolver y de las religiones que componen una buena parte de las preocupaciones y acciones, algunas terribles, de los individuos. Y no son lo mismo. Un estimado antropólogo, aparte de su historia, distinguiría las reglas que determinan cada una de esas tres palabras. Por mi parte, me voy a referir al uso que actualmente se hace de mito, algo diré también de magia, y cómo un pensamiento laico debería ser más cauto con estas expresiones. Y cómo se cuelan en el lenguaje introduciendo una dañada mercancía en el pensamiento laico. El mito suele tomarse habitualmente como un cuento, una leyenda, una falsa historia. No sería del todo cierto. Como dice un importante antropólogo, el mito es una verdad exagerada. Si eso es así, en él existe un núcleo de verdad al que se le añaden deseos e intereses que dependerán de la cultura en la que se inserten tales mitos. Un filósofo no menos importante escribió que en nuestro lenguaje habita toda una mitologia.
Si nos volvemos a nuestros días y desde una mirada laica, hay que reconocer que estamos rodeados de mitos por todas partes, que nos atacan sin descanso, que son utilizados a su antojo por el Poder. En este sentido sobresale el mito del dinero. No del simple dinero que es un intercambio simbólico que hemos inventado los humanos para relacionarnos con lo que nos pueda ser útil, sino como un Dios que todo lo bendice. La gloria se la lleva el dinero. Y el dinero hoy, en un capitalismo financiero que todo lo domina o diluye, es un mito tóxico, alienante, opuesto a una vida libre y armónica. Ya se nos ha colado Dios de nuevo. Pero existen otros mitos que circulan casi sin que nos demos cuenta. Otro mito muy a la vista a pesar de la capacidad que posee para esconderse, es el de las iglesias. Porque no existe una sola iglesia en España. Coexisten católicos con cristianos no romanos, evangelistas sobre todo, y musulmanes, entre otros. Y todos ellos monoteistas o creyentes en un solo Dios Único, lo que les aleja de los cuerpos humanos y ensalza un Poder absoluto. Su alimento, o si se quiere, su pequeña verdad, se apoya en la necesidad que tenemos los humanos para superar el sufrimiento y el deseo de una vida posterior que ahogara las desdichas de las miserias de la tierra. Pero sobre todo ello se montan grandes y pequeños mitos que van desde grandiosos atributos divinos en los que la gente debería creer hasta ritos, ceremonias, procesiones y todo un conjunto de artilugios que caen sobre las personas a modo de maná del cielo. El mito, de una u otra forma, se mantiene, se impone y aliena. Y su forma, mas allá del cuento o la respetable leyenda, anida entre nosotros en forma de religión. De ahí, digámoslo de nuevo, el deber de desmitologizar si partimos de un pensamiento laico. Read the rest of this entry »