El judío, el ateo y la escuela laica

julio 23, 2022

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Andrés Carmona, Filosofía en la Red, Vía Observatorio del laicismo, 23 de julio de 2022

[Artículo publicado originalmente el 12 de diciembre de 2015 en la versión anterior de Filosofía en la Red]

Una de las grandes aportaciones de Catherine Kintzler al pensamiento laicista es la diferencia que establece entre tolerancia y laicismo. La tolerancia se concreta, para ella, en tres proposiciones (Kintzler, 2005a, 84):

1) De nadie se espera que tenga una religión antes que ninguna.

2) De nadie se espera que tenga una religión antes que otra.

3) De nadie, finalmente, se espera que no tenga religión.

Lo que estas proposiciones significan es que la tolerancia consiste en no dar por supuesto que alguien deba tener una religión, u otra o ninguna. Sin embargo, para Kintzler, esto no es suficiente para el laicismo. Y no lo es, porque dicha tolerancia puede ser compatible con una religión de Estado. Efectivamente, un Estado puede establecer una religión oficial y, aún así, permitir que una parte de su ciudadanía practique otra religión o ninguna, sin obligarles forzosamente a aceptar la del Estado. Sin embargo, un Estado así vulneraría uno de los principios del laicismo, que es la estricta igualdad entre sus ciudadanos, sin privilegios ni discriminación por razón de creencias, o dicho de otra forma, la estricta igualdad en relación a la libertad de conciencia.

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Ni recatadas ni sumisas ni abnegadas

julio 23, 2022

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Procesión del Corpus celebrada en la cárcel de Ventas en junio de 1939 / Foto: Hernández Holgado (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid)

Maite Gutiérrez Merino, Público, 23 de julio de 2022

La incorporación de los estudios de género permite abrir nuevos debates en torno a temas que antes fueron objeto de escasa o ninguna atención. Tal es el caso de las mujeres que, acabada la guerra civil y durante el primer franquismo (1939-1959), no representaron el paradigma del heroísmo de, por ejemplo, Matilde Landa, el arrojo de Rosario La dinamitera o el testimonio de Tomasa Cuevas, por nombrar solo a algunas. Pero si tomamos el marco interpretativo de la historiografía feminista y poscolonial es posible, no solamente hacer visibles a quienes sobrevivieron al maltrato de la dictadura, sino además considerar sus acciones frente al régimen franquista prácticas de ciudadanía en un estado sin ciudadanos, sin ciudadanas, sin derechos.

Dictador sanguinario, país militarizado, represión despiadada, hambruna de posguerra, corrupción endémica y aislamiento internacional contextualizan los años 40 españoles. Desbaratada la tradición liberal democrática de la II República, el régimen se sustenta en un entramado burocrático y legal de carácter especialmente represivo para las mujeres. La imposición de un modelo de género vinculado a la cultura del falangismo, el catolicismo y el carlismo sustenta una sociedad heteropatriarcal y nacionalcatólica que trasmuta el protagonismo femenino republicano en alienada y decimonónica obediencia a la jerarquía masculina. La falta de libertades afectó igualmente a los hombres pero el exhaustivo control social, cultural y religioso reservado a las mujeres explicita la asimetría de género; no en vano Pio XI exaltaba en 1930 “el sometimiento fiel y honesto de la mujer al marido”

Tampoco la Sección Femenina dio puntada sin hilo interviniendo en el sistema educativo, adoctrinando en el discurso del papel reproductor de la mujer hasta determinar la maternidad como el “deber social femenino”, en conformidad con la política pro natalista del ‘Nuevo Estado’. En el ideario falangista biología e identidad femenina son lo mismo, por lo tanto, el cometido de la mujer en la Patria es el hogar y la preparación para tan alta misión incluye, entre otras, el estudio de la “ciencia doméstica” que se establece como asignatura obligatoria para las chicas, faltaría más.

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