La conferencia episcopal del país transalpino empieza a notar la presión para abrir una gran investigación que arroje luz a los últimos 70 años de silencio
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Daniel Verdú, El País, 28 de febrero de 2022
Una de los aspectos más diabólicos de los abusos en la Iglesia es que su lenguaje funciona como una suerte de esperanto del crimen. Se traslada con los mismos patrones entre países. Los métodos y las historias se parecen asquerosamente. Giorgio Babicz, de 38 años, comenzó su calvario cuando apenas tenía 11 en la ciudad de Lublin, en Polonia. El cura que se encaprichó de él, después de mil tretas para toquetearlo con el pretexto del consuelo de la ausencia paterna, fue trasladado a Italia y lo convenció para que fuera tras él. Hijo de una familia rota, con un padre alcohólico y violento, todos convinieron que aquel sacerdote tan cariñoso ofrecía una buena salida para el pequeño. Giorgio se vio sumido en una condena en vida por aquel párroco, que lo sometió a incontables abusos en la parroquia de Santa Maria Oliveto, en la humilde región de Molise. Su historia, como la mayoría de las otras 360 que ha contabilizado la asociación Rete L’abuso en Italia en los últimos 17 años, terminó de la peor manera para él. Son pocos comparados con la estimación real. Y casi nunca son resarcidos en ningún sentido. Pero el país transalpino, farolillo de cola en la lucha contra esta plaga, empieza también a afrontar la necesidad de hacer cuentas con su pasado.
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