Todos necesitamos la gracia divina. Así llama la teología católica a lo que en lenguaje más circunspecto llamamos apego. Es el afecto, amor, protección o aceptación que no hay que merecer, que es seguro y no se puede perder. Se suele aplicar al vínculo de los bebés con su madre y su padre. Pero es el mismo tipo de sensación por la que nos sentimos parte de un grupo humano extenso en el tiempo.
Todas las tribus, naciones o «razas» (los nombres cambian según lo normal o perturbado que sea cada cual) tienen historia, real o fabulada. No hay civilizaciones sin principio. Nos gusta ser parte de algo mayor que nosotros. Como todos lo necesitamos, somos muy cooperativos en eso de formar una red colectiva en la que sentir apego. La teología recoge con las manos ese tipo de emoción y la coloca en Dios, pero en realidad está en las personas y es explosiva. El apego de un grupo es la materia prima del altruismo más incondicional, pero también de la peor hostilidad hacia fuera
Entre 1941 y 1895, el Patronato de Protección a la Mujer gestionó centenares de centros donde recluía a jóvenes para conseguir su “dignificación moral” y “apartarlas del vicio”
Un grupo de niñas del centro provincial de Sevilla perteneciente al Patronato de Protección a la Mujer / Junta de Andalucía ___________
“Velar por la moralidad pública, muy especialmente la de la mujer”. Esa era, ni más ni menos, la labor que perseguía la institución franquista que, durante más de cuatro décadas, acechaba a las mujeres menores de edad “caídas o apunto de caer” para atraparlas entre sus rígidos brazos y conseguir su “dignificación moral”, “apartarlas del vicio” y “educarlas con arreglo a las enseñanzas de la religión católica”. La institución en cuestión fue el llamado Patronato de Protección a la Mujer, un organismo a cargo de Carmen Polo y dependiente del Ministerio de Justicia que dirigió cientos de centros por todo el mapa y cuyas entrañas permanecieron con vida hasta una década después de la muerte del dictador.
¿En qué consistía exactamente el Patronato? “Era una institución de encierro” gestionada por órdenes religiosas donde iban a parar chicas “entregadas por sus propias familias, por la policía o por una figura conocida como las celadoras”. Habla la periodista Andrea Momoitio, quien llegó al Patronato en el proceso de investigación para la confección de su libro Lunática(Libros del K.O., 2022). La de la celadora fue la figura más emblemática de la institución y se encargaba fundamentalmente de “vigilar la moral pública”, lo que se traducía en tres labores: informar sobre chicas “potencialmente necesitadas de protección”; controlar a las mujeres en régimen de libertad vigilada y el traslado de las internas a los centros una vez se producía la detención. Las celadoras fueron sustituidas por las llamadas visitadoras, a partir de la década de los sesenta, mujeres mayoritariamente religiosas que “simpatizaban más con el personal que dirigía los centros”, describe Carmen Guillén en su tesis doctoral El Patronato de Protección a la Mujer: prostitución, moralidad e intervención estatal durante el franquismo [disponible aquí].
En las celebraciones religiosas cívico-militares que rodean la Pascua, los ciudadanos de toda condición ven cómo aquellos cuyas funciones y retribuciones corren a su cargo se dedican representar una religiosidad que no es ni mucho menos la dominante en cuanto a práctica en España
Legionarios con el Cristo de la Buena Muerte / Edu Bayer ___________
Ahora, como cada año, ha llegado la Semana Santa y, como cada año, sigue sin dar señales de vida la laicidad. Al contrario, brilla con la inusitada luz de otros tiempos la apropiación, por parte de las actividades religiosas particulares, de símbolos del Estado, tal como es la de la participación de elementos oficiales, civiles y militares en aquellas. No solo eso, sino que, como ejemplo paradigmático, pero no el único ni mucho menos, televisiones, especialmente, ¡helàs!, algunas públicas, retransmiten íntegramente procesiones como la del Cristo de Mena a hombros de legionarios -se supone que voluntarios- por las calles de Málaga.
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