
La Giralda de Sevilla, en una imagen de archivo. FOTO: Francisco Abato Helguera
Antonio Manuel Rodríguez, La Voz del Sur, 28 de agosto de 2019
Iglesia es una palabra polisémica que designa, al menos, tres cosas a la vez: una institucióncompleja con Estado propio; una comunidad de creyentes cristianos; y el lugar donde practican su confesión. Estas acepciones generan la confusión interesada de hacer creer que las Iglesias son edificios que pertenecen a la Iglesia comunidad y, por tanto, a la Iglesia jerarquía. Cuando no es así. Las Iglesias, como cualquier otro edificio, pueden ser públicas o privadas. Y la jerarquía católica, como cualquier otro sujeto de derecho, puede ser titular de Iglesias o de otros edificios.
La trampa de la palabra se convierte en perversión democrática cuando la jerarquía católica se apropia de las Iglesias y de hasta 30.000 bienes de toda índole acreditados desde 1998 (podrían ser más del doble desde 1978), sin aportar título de propiedad y sin declarar ni tributar por los ingresos que generan, con la pasividad cómplice de las administraciones públicas. ¿Sabemos a cuánto asciende esta descapitalización de lo público y cuánto debemos de pagar de más por lo que no pagan al Estado? ¿Por qué el gobierno de Pedro Sánchez no publica la lista de bienes que pidió el propio el PSOE y que guarda en el cajón desde hace más de un año?
No merece llamarse democracia el sistema político que no democratiza su sistema económico. Que no socializa toda su riqueza mediante una fiscalidad universal y progresiva. Que ampara exenciones injustas y paraísos fiscales dentro de su propio Estado. Todos somos ciudadanos porque todos estamos sujetos al deber de declarar y tributar, pagando más quien más tenga. Ése fue el grito de los revolucionarios norteamericanos contra los colonizadores británicos: “No taxation without representation”. Y por la misma razón murió el feudalismo en Francia, arrastrando su caída a media Europa, cuando las asambleas populares votaron la abolición de los privilegios de la nobleza y el clero. Desgraciadamente, esta revolución siempre fue abortada en España por quienes nos mantienen anclados en la eterna Edad Media de su escudo: la cruz y la corona. En pleno siglo XXI, Iglesia y Estado siguen siendo dos hermanas siamesas cosidas por el bolsillo.
No obedece a la casualidad que Aznar aprobara en 1998 dos reformas para desmantelar el patrimonio público