El cura de Montijo y la represión fascista. La otra historia de una Hermandad

Hermandades y cofradías participaron en la represión franquista. La historia, no contada, de la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, Patrona de Montijo (Badajoz).

Montijo, 28 de agosto de 1936. A la madrugada siguiente comenzaron los fusilamientos / Fuente foto
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Chema Álvarez, El Salto, 29 de agosto de 2023

El 25 de marzo de 1925, mientras la mayoría de la población mataba el hambre a costa de pan y gazpachos, el señor obispo de Badajoz y el cura párroco del pueblo de Montijo, don Juan Pérez Amaya, junto al de Puebla de la Calzada, se dieron una opípara comida, en compañía de otras autoridades locales y provinciales, disfrutada en la sede de la Comunidad de Labradores de Montijo, en la calle Felipe Checa. En el banquete se sirvió el siguiente menú:

Entremeses variados.
Tortilla a las finas hierbas.
Ternera a la jardinera.
Merluza con salsa tártara.
Menestra de Bruselas.
Pavo trufado.
Postres: Mantecados, galletas, frutas y queso.
Vinos: Rioja, champagne.
Café y licores.
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El ágape supuso una reconfortante pausa para los ajetreados actos del día: la bendición a mano de la jerarquía católica de la Mutualidad Escolar de Montijo, acto que se aprovechó para la entronización del Sagrado Corazón de Jesús, con una nutrida procesión que recorrió las calles del pueblo a las 10 de la mañana, encabezada por los niños y niñas de las escuelas con banderitas y lazos de los colores nacionales, seguidos por el clero parroquial con cruz alzada y la imagen del Niño Jesús, llevada a hombros por los escolares. La banda de música acompañó el cotarro tocando La Marcha de Infantes, mientras los escolares entonaron a coro el Himno a la Bandera. El acto, que continuó por la tarde en el Teatro Calderón, finalizó con la rifa de un perrito, que tocó en suerte al tierno infante Andrés Conejo, hijo de un acaudalado propietario de Puebla de la Calzada, exdiputado del Partido Liberal y cuñado de un marqués [1].

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Don Juan Pérez Amaya, párroco arcipreste de la Iglesia de San Pedro Apóstol en Montijo, estaba exultante ante semejante muestra de fe. Firme defensor del Directorio Militar de Primo de Rivera, a quien calificaba de “gran patriota, que en difíciles momentos supo salvarnos con heroica abnegación y desprecio de su propia vida”[2], era descrito por quienes le sufrieron como una persona soberbia, orgullosa y, sobre todo, vengativa, tal y como demostró ser una vez desencadenados los hechos que continuaron al golpe de Estado de julio de 1936.

Este cura, nacido en Torre de Miguel Sesmero en 1873 y sacerdote en Puebla de la Calzada antes de serlo en Montijo, fue uno de los más activos miembros de la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, virgen patrona de la feligresía de Montijo, con un abultado culto entre los devotos y devotas de este pueblo. A él le correspondió presentar ante el obispo de Badajoz el Reglamento de dicha Hermandad, para su aprobación [3]. Esta membresía fue compartida, durante estos años y los que siguieron, con quien fue alcalde durante la dictadura de Primo de Rivera, Francisco Rodríguez Cavero, no por elección popular, sino por designación del Gobernador Civil, miembro del partido único Unión Patriótica. Repitió en el cargo y del mismo modo, sin ser elegido por el pueblo, cuando fue repuesto por los fascistas de Yagüe tras la toma de Montijo el 13 de agosto de 1936

Los primeros años de la República no fueron muy favorables a la Iglesia católica. Los artículos 26 y 27 de la nueva constitución republicana pretendían impulsar un proceso de laicización estatal semejante al operado en Francia durante las últimas décadas, de modo que, garantizando la libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión (art. 27), se separaran definitivamente lo civil de lo religioso, aboliendo los muchos y muy consuetudinarios privilegios de la Iglesia española. El intento ―loable, legítimo, honroso― resultó vano, dada la participación activa de la Iglesia y de sus acólitos en la preparación y éxito del golpe de Estado del 36, desde el mismo momento en que fue proclamada la República, el 14 de abril de 1931 [4].

Juan Pérez Amaya, el cura párroco de Montijo, pudo descubrir pronto que con la República sus privilegios e influencia se veían mermados. Ya no podría darse los festines a los que estaba acostumbrado.

Nada más cambiar las tornas, en las sesiones plenarias del Ayuntamiento de Montijo del 8 y del 17 de agosto de 1931, gobernado ahora el pueblo por una coalición de izquierdas, se rechazó su petición para que “se reconozcan los derechos que la Iglesia tiene sobre los materiales resultantes del derribo del cementerio que estaba clausurado”, dado que el Ayuntamiento se disponía a vender tales materiales. Para ello presentaba un oficio del obispado de Badajoz, en el que se atribuía la propiedad de este cementerio que siempre se había considerado católico y contra el que tanto luchó para mejorar las condiciones y hacerlo civil Juan Antonio Codes, un republicano laico de primera hora hoy día enterrado, en contra de sus creencias, bajo el signo de una cruz. El Ayuntamiento buscó algún documento o acuerdo que certificara dicha propiedad, “sin que en ninguno de ellos se haga constar la propiedad de la Iglesia sobre tales materiales ni terreno”. Aun así, instó al párroco Pérez Amaya a presentar alguna prueba de propiedad en el plazo de 8 días. Cumplido el plazo, dado que el reclamante no presentó alegación alguna, el Ayuntamiento procedió a poner en venta los materiales [5].

El desarrollo de los artículos constitucionales sobre la laicidad del Estado mermó la influencia y privilegios del cura párroco… y de su cofradía. Las nuevas leyes no solo sometían los cementerios exclusivamente al poder civil, sino que abolían la separación de recintos por motivos religiosos y obligaba a solicitar autorización del Gobierno para las manifestaciones públicas del culto, aparte de acabar con el sostenimiento presupuestario del clero a costa de las arcas públicas en el plazo de dos años.

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Pero lo que más dolía al arcipreste montijano era el proyecto que el nuevo régimen democrático aportaba a la educación. En 1936 existían en Montijo dos Grupos Escolares que tenían claros nombres laicos: el Grupo escolar Giner de los Ríos y el Grupo escolar 14 de Abril, el primero donde está actualmente el Conservatorio de Danza y Música y el segundo en las eras, ahora junto al estadio de fútbol. Tanto en estos colegios públicos como en otra escuela que era de párvulos y que mantenía el nombre “de Jesús”, se habían retirado los crucifijos, sustituyéndolos por alegorías de la República [6]. Maestros seguidores de la pedagogía de Freinet, como Maximino Cano Gascón y Juan José Martínez García de Tejada, elaboraban con los niños y niñas revistas de nombre Floreal Alborada, utilizando una imprenta que aún se puede ver, con sus tipos, en el Museo Antonia Gómez Quintana, en la calle Felipe Checa, donde el cura se había dado el banquete en compañía del obispo y otros gerifaltes. En ninguna de las revistas ni en las enseñanzas de tales maestros tenía cabida el proselitismo religioso.

Ya en 1933, en el pleno del 29 de mayo, se da lectura de un oficio del director del Grupo escolar Giner de los Ríos por el que “se participa el reconocimiento del Magisterio a la labor realizada por esta Corporación sobre esta enseñanza” [7]. Dicha labor, como se puede observar en la documentación existente, consistía en arreglar cuantos desperfectos se podían dar en los edificios de los grupos escolares, tales como poner cortinas, arreglar los retretes, contratar la limpieza, dotarlos con la imprenta, adecentar la casa de los maestros y maestras, proyectar películas en sesiones vespertinas de cine, etc., todo ello con el fin de lograr una educación integral, racionalista y laica.

En ese mismo pleno de mayo de 1933 se crea una comisión para reglamentar el toque de las campanas en los oficios religiosos, y apenas una semana después, en el pleno del 5 de junio, se aprueba la prohibición total del toque, excepto en los entierros, “que continuarán igual que hasta la fecha, o sea, anunciando este por espacio de 5 minutos desde el principio”. La prohibición de tocar las campanas se hace “teniendo en cuenta las molestias que al vecindario ocasiona el constante uso que de ellas se viene haciendo”.

Este acuerdo se le comunicaría al convento de las monjas clarisas y al cura párroco, Juan Pérez Amaya, quien a estas alturas ya había contribuido activamente a la creación e impulso de diversos partidos y grupo políticos de derechas en Montijo, desde Acción Popular hasta la CEDA [8]. Todo este sindiós debió coadyuvar, de uno u otro modo, a su entusiasta participación ―como pastor de la Iglesia de Montijo, junto a otros miembros de la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño y partidos de derechas, incluida Falange―en los sucesos que tuvieron lugar tras la entrada de los militares franquistas en Montijo.

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Según las fuentes utilizadas [9], los hechos ocurrieron del siguiente modo:

Al día siguiente de conocerse la sublevación militar y el levantamiento de los grupos facciosos del 18 de julio de 1936, se creó un Comité de Defensa de la República en Montijo, a instancias del Gobernador Civil, presidido por el farmacéutico Santiago Cea Flores. Lo integraban aproximadamente unos cien hombres y mujeres, la mayoría miembros de sociedades obreras y juventudes de izquierdas. Entre sus primeras acciones estuvo la de detener a los miembros más destacados de los grupos de derechas y progolpistas, que pudieran secundar la sublevación, con intención de mantener el orden leal a la República. Al cura párroco Juan Pérez Amaya, destacado filofascista, le detuvieron en la misma iglesia de San Pedro, su parroquia. Varios milicianos armados entraron en el templo y le pidieron que les acompañara. En un primer momento el cura se negó, por lo que los milicianos le encañonaron con sus pistolas, tras lo cual el cura tuvo que acceder, detenido en compañía de otro presbítero también muy de derechas, Nicolás Rubio Hervás. En el recorrido que hicieron por las calles, a la vista de los vecinos y vecinas, hasta el lugar donde quedaría preso, los milicianos iban cantando, mientras le encañonaban, “¡U.H.P.! ¡U.H,P!”, las siglas de Unión de Hermanos Proletarios, la consigna de la revolución de Asturias de apenas dos años antes.

El párroco fue recluido, junto a otros 53 derechistas, en el convento de Santa Clara, en la calle Santa Ana. Como el convento era de clausura, expulsaron a las monjas, de las que se burlaron cacheándolas. Estas fueron acogidas por algunos vecinos de la misma calle y otras aledañas. Se utilizaron sus celdas como cárcel, apostando a las puertas del convento y en su interior a varios miembros del Comité de Defensa.

Durante los días posteriores se sucedieron diversas humillaciones hechas a los apresados. Por las mañanas se les sacaba en fila, se les daba un pico y una pala y se les llevaba a trabajar la tierra. A algunos de ellos se les dieron palizas y, gracias a la intervención de miembros del Comité de Defensa, se impidió que al convento se le prendiera fuego con los derechistas dentro, tal y como pretendieron hacer algunos forasteros que llegaron al pueblo huyendo del avance de las tropas de África y advirtiendo de las represalias que se estaban llevando en los pueblos contra las personas de izquierdas tras su ocupación. Entre estos y otros milicianos de Montijo llegaron a rociar las paredes del convento con gasolina, pero la decidida intervención de miembros del Comité de Defensa impidieron que se llevara a cabo una masacre.

Por todo ello, y a pesar de los malos tratos recibidos, en Montijo no sucedió ninguna muerte de presos o de gente de derechas a mano de autoridades republicanas o afines. Ello, sin embargo, no aplacó la rabia de quienes, poco después, habrían de erigirse en verdugos de todo un pueblo.

Carátula de partitura de una “plegaria” a Ntra. Sra. de Barbaño de principios siglo XX / Fuente
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El 13 de agosto las tropas franquistas, con la amenaza de bombardear el pueblo desde Lobón, toman Montijo. Tras liberar a los presos del convento, nombran una Gestora Municipal en la que ponen como presidente a Francisco Rodríguez Cavero, el antiguo alcalde durante la dictadura de Primo de Rivera, muy ligado a la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, de la que había sido mayordomo [10], presidente de Unión Patriótica a finales de los años 20 [11]. Entre sus primeros acuerdos, como presidente de dicha gestora, están los de hacer una limpieza extraordinaria completa del Convento de Santa Clara, con blanqueo de las celdas, donde había estado preso, ordenar a los vecinos del pueblo a quitar “el grande número de letreros de carácter anarqista (sic), bien fijados por pintura o por carteles impresos que se leen en las fachadas”, reponer el nombre de las calles que hayan cambiado tras el 14 de abril y, por último, celebrar “el siguiente viernes el traslado procesional de la imagen de la Virgen de Barbaño desde su ermita a la Iglesia parroquial y el domingo treinta la llamada Fiesta de la Banderita, con una misa de campaña en el Paseo y una cuestación pública popular” [12].

Todo ello apunta a la clara intención de comenzar los actos de represión y crímenes aprovechando la celebración del traslado de la Virgen de Barbaño desde su ermita al pueblo, tarea de la que estaba encargada la Hermandad de esta Virgen. Fue un acto premeditado y organizado, a pesar de que diversas voces, en su mayor parte relacionadas con la Iglesia y derechas de Montijo, hayan pretendido con el paso del tiempo exculpar la implicación de la Iglesia montijana, y sobre todo de la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, en los hechos que a partir del día 29 de agosto de 1936 habían de acontecer.

A esta certeza contribuye el decidido, apasionado y entusiasta apoyo a la represión ejercida por el párroco Juan Pérez Amaya, en su día mayordomo de la Hermandad.

Según el escrito anónimo que dio pie al artículo “Verdugos conocidos: la represión fascista en Montijo en 1936”, y el testimonio de vecinos y vecinas que aún no quieren que se den públicamente sus nombres, pero que recibieron el testimonio de quienes fueron contemporáneos de este cura, Juan Pérez Amaya presuntamente colaboró en la delación de izquierdistas de Montijo, sobre todo de quienes le habían ido a detener.

Antes de partir hacia Badajoz, las tropas de Yagüe se llevaron preso a Pedro María Quintana Gragera, un significado republicano de Montijo, de buena posición, que solía colaborar en las revistas del pueblo y en el periódico de Badajoz La Libertad, donde había publicado un artículo titulado “Los sin Diós”, en el que expresaba su convencido agnosticismo [13]. Según diversas fuentes escritas, en Montijo se comentó que a Pedro María Quintana se lo llevaron porque una alta personalidad religiosa del pueblo, jerarca de la Iglesia, se lo pidió a las tropas de Yagüe. Por Espinosa Maestre en La columna de la muerte (Crítica, 2003), sabemos que Pedro María Quintana Gragera, vecino de Montijo, fue asesinado en la Plaza de Toros de Badajoz el 30 de noviembre de 1936. Su hija, Elvira Quintana, obligada a exiliarse a México junto a su madre y hermanos, se convertiría en una reconocida estrella del cine mexicano.

Las venganzas del cura no acabarían aquí. Tal y como se había vaticinado por el alcalde Rodríguez Cavero, el 29 de agosto por la mañana se realizó el traslado de la Virgen de Barbaño desde su ermita en esta última localidad hasta Montijo.

Las cárceles franquistas estaban a rebosar en el pueblo, tanto la del depósito municipal como la improvisada en la Casa del Navegante, en la misma Plaza de la República que ahora recuperaba su anterior nombre anticonstitucional. La procesión, organizada, como no pudo ser de otro modo, por la Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño, encargada por su Reglamento de procesionar la imagen, recorrió las calles del pueblo escoltada por la Falange y el destacamento de la Guardia Civil.

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Al llegar a la plaza se celebró la misa de campaña, con un altar situado en la fachada del ayuntamiento. Para ello sacaron a los presos republicanos, personas honradas que se habían mantenido fieles al gobierno democrático de la República. Allí, ante el icono de la Virgen, les hicieron arrodillarse y pedir perdón por sus pecados, a punta de pistola. Son de imaginar los métodos utilizados con quienes se negaran a semejante profesión de fe y arrepentimiento. Es de suponer, porque no había otro ni nadie más interesado, que todos los oficios fueron presididos por el párroco del pueblo, don Juan Pérez Amaya, con la asistencia de la Hermandad.

Esa misma noche comenzaron los asesinatos en Montijo, a nombre de los verdugos cuyos nombres, poco a poco, siempre hemos conocido, pero se han silenciado. La misma noche del acto religioso ofrendado a la Virgen de Barbaño se llevó a cabo la saca de 14 vecinos, a quienes se fusiló a las tapias del cementerio. Entre ellos iba el último alcalde republicano, este sí, electo por voluntad popular, Miguel Merino Rodríguez. Otro de los fusilados ante las tapias del cementerio aquella noche fue Santiago Cea Flores, el farmacéutico que había presidido el Comité de Defensa de la República.

Los desmanes del cura no acabaron aquí. Al miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas Juan Serrano Pérez lo fusilaron dos veces. La primera vez quedó en estado grave, en compañía del esposo de Lina Serrano Carretero, que también se salvó y quedó malherido. Como les dejaban junto a la tapia del cementerio, a la espera de que a la mañana siguiente el enterrador les echara en la fosa común, ambos lograron escapar y llegar a duras penas a una huerta que tenía Juan en el camino del Ejido de Los Charcos. Su madre y sus hermanas trataron de curarles, pero no pudieron parar la hemorragia, por lo que la madre de Juan Serrano fue a ver al párroco, Juan Pérez Amaya, para que se apiadara y le mandase un médico. Don Juan le dijo que así lo haría, “porque ya había pasado por las armas”, pero al rato se presentaron en la huerta los falangistas de la Escuadra Negra, y les volvieron a fusilar [14].

En menos de tres años más de 120 vecinos y vecinas de Montijo fueron asesinados. Sus cuerpos, salvo los que yacieron en una fosa olvidada en el cementerio y fueron exhumados bajo el gobierno municipal de Juan Carlos Molano en 1980 ―sin identificar pero para recibir un entierro digno―, aún siguen desaparecidos [15].

A la par que se sucedían las sesiones ordinarias de pleno de la nueva gestora municipal franquista, en la que se disponían actos litúrgicos, la represión se ejercía en el pueblo con total impunidad. Al rapado de mujeres relacionadas con la izquierda, su obligada desnudez pública e ingesta de aceite de ricino con intención de provocarles terribles diarreas en público, se unieron las violaciones sistemáticas. El caso más reconocido fue el de las denuncias realizadas contra el hijo del notario, el falangista Isidoro Hervella Urdaniz, nombrado esos días, por el alcalde, Oficial Segundo de Secretaría [16].

Página 2: La Hermandad de Nuestra Señora de Barbaño colaboró activamente en esta vuelta al orden

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