Reflexiones en torno al discurso dogmático: Las religiones monoteístas

Muro de los Lamentos (Jerusalén)

Muro de los Lamentos (Jerusalén)

21 de agosto de 2020

Javier Jiménez Perelló iniciaba el pasado 18 de agosto unas reflexiones en torno a los discursos dogmáticos vinculados a las diferentes formas de ficción que el hombre ha desarrollado a lo largo de la Historia, publicadas por partes en Nueva Tribuna: En los textos que siguen pretendemos analizar algunos de los discursos que más han influido en sus formas de vida, como los relacionados con la religión, el nacionalismo o los sistemas de poder político. Permeados entre sí, los discursos religiosos, y de algún modo, los nacionales, han surgido como dogma, y muchas de las narrativas vinculadas al poder se han vuelto dogmáticas, en especial, las relacionadas con sociedades autoritarias. Las corrientes librepensadoras y las sociedades democráticas libres pretenden ser ajenas a la ficción dogmática, pero tampoco están libres de ella, como asimismo las ideologías políticas.

En la entrada recogeremos sus reflexiones en torno a las religiones monoteístas

Primera parte: El Judaísmo

…Desde sus orígenes, el ser humano ha aprendido a sobrevivir no sólo luchando contra los elementos naturales, descubriendo el fuego para calentarse o creando herramientas para cazar, sino también dominando la técnica de la ficción (1) para tratar de explicarse fenómenos incomprensibles. Los cromañones, y antes los neandertales, fueron capaces de crear en sus cuevas obras de arte, muy elaboradas en muchos casos, que acaso les ayudarían a soportar los rigores de la vida y soñar, tal vez, con un futuro ideal. Cuando el sapiens sapiens adquirió la habilidad del lenguaje articulado, comenzó a elaborar sus propias narrativas, producto de sus actividades y de su imaginación, transmitidas oralmente entre comunidades y generaciones; ficciones que más tarde quedaron fijadas mediante la escritura y han surcado la historia de la humanidad hasta nuestros días. Fantasías, en definitiva, que han confeccionado mitos, dioses o utopías y han sido y siguen siendo en la actualidad ensoñaciones del hombre para tratar de explicar la realidad, conjurar los males de la existencia o soñar la inmortalidad.

Entre las ficciones más conocidas figuran las que incorporan en su discurso un cuerpo de dogmas (2), siendo las de naturaleza religiosa, política y nacionalista las más extendidas. Hay que señalar que muchas de esas narrativas están permeadas entre sí: narrativas o relatos políticos que a su vez son religiosos y/o nacionalistas; estos últimos son políticos igualmente, y en casos como el judío o musulmán, también religiosos. Frente a todos ellos, mencionaremos los discursos producto del libre pensamiento, cuya naturaleza dista de ser dogmática, si bien no en todos sus aspectos, como podremos observar.

El discurso religioso: El Judaísmo

Entre los muy numerosos relatos religiosos construidos sobre dogmas, los que forman parte de las tres grandes religiones monoteístas actuales son acaso los más dominantes.

Siguiendo un orden cronológico, empezaremos por el judaísmo. Comparte con las otras dos doctrinas monoteístas la convicción de presentarse como la revelación de Dios a los hombres, y no como una religión más entre el conjunto de creencias. Además de ser una de las tres grandes del monoteísmo, el judaísmo posee un destacado componente nacionalista, acaso mayor que las otras dos, y desde luego, mayor que el cristianismo, con alguna excepción que veremos. La identificación de religión y nación judía es absoluta, adquiriendo aquélla en sus orígenes la condición de tribal, al igual que el Islam. Si algo caracteriza a la nación judía es su consideración de pueblo exiliado y perseguido desde la conquista del reino de Israel en el año 722 a.C. por los asirios. En el año 587 a.C. fueron deportados decenas de miles de hebreos a Babilonia por el rey Nabucodonosor II – el llamado “cautiverio de Babilonia”-.  A lo largo de su historia, los judíos han sido expulsados de diferentes lugares. Como bien conocemos, en el siglo XX la humanidad sufrió la que muchos historiadores y otros estudiosos coinciden en calificar como su mayor tragedia vivida, el genocidio de seis millones de judíos, más unos cinco millones de otras nacionalidades, etnias y credos políticos, según fuentes solventes. En consecuencia, no se puede entender esta religión sin su componente nacionalista ni tampoco sin la deriva política, como por otra parte ocurre también en el mundo musulmán.

Bajo la óptica judaica, los tres discursos, el religioso, el nacionalista y el político, se reducen a una sola palabra: Israel

Bajo la óptica judaica, los tres discursos, el religioso, el nacionalista y el político, se reducen a una sola palabra: Israel. “Los pensadores de ascendencia judía vivieron la tensión entre cosmopolitismo y etnonacionalismo de distintas maneras, y su ambivalencia en muchos casos se intensificó con el Estado de Israel”. Son palabras de John A. Hall, biógrafo de Ernest Gellner (3).

El judaísmo, y en particular su variante más extrema, el sionismo, inculca a sus fieles la misión de promover la nación judía representada en Israel, proteger la pureza de su religión y de su lengua, o recuperar los territorios perdidos, sometiendo al pueblo palestino a una de las más cruentas persecuciones y represión de la época actual. El sagrado rito del Sabbat, que se extiende desde la puesta de sol del viernes hasta la del sábado, obliga a los judíos ortodoxos a no hacer nada, salvo rezar, hasta tal punto de que, por ejemplo, ni siquiera les es permitido cortar papel higiénico. En las escuelas rabínicas los niños sólo aprenden Historia del Pueblo Judío, de tal modo que desconocen la Historia universal –algo muy común a los nacionalismos. Si algo caracteriza al sionismo es el desconocimiento, cuando no desprecio, del resto del mundo gentil.

Para el Gobierno israelí, Jerusalén es la capital eterna del pueblo judío, y por consiguiente, indivisible, no pudiéndose establecer una capitalidad compartida entre cristianos, musulmanes y judíos. Éste es, entre otros, uno de los grandes obstáculos para una posible pacificación del conflicto árabe-israelí. Como señala el historiador Harari (4), no deja de ser, cuanto menos, curioso que una ciudad cuyos orígenes se remontan a 5.000 años atrás -y el pueblo que la ha tomado como suya tenga no mucho más de 3.000 años de existencia-, sea considerada eterna por las autoridades israelíes, frente a los 4.500 millones de años que tiene la Tierra y los 13.800 millones de vida que, según cálculos astronómicos, le quedan al Universo. Seguramente, los propagadores de esta condición atribuida a Jerusalén estén en la completa certeza de que la capital judía va a permanecer eterna durante los próximos 13.800 millones de años, incluso habiendo sido la Tierra absorbida algo antes por otro sol diferente del nuestro, dentro de unos 7.500 millones de años.

Notas:

(1) Utilizaremos indistintamente términos como ficción, narración, narrativa, discurso o relato. Desde hace algún tiempo, se ha puesto de moda este último , y como ocurre con las palabras cuando se utilizan de forma abusiva en diferentes contextos, se acaban desgastando y de alguna manera pierden el brillo de su significado-

(2) Seguiremos la tres acepciones que sobre el vocablo dogma ofrece el Diccionario de la Academia de la Lengua: 1. Proposición tenida por cierta y como principio innegable. 2. Conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de cualquier religión. 3. Fundamentos o puntos capitales de un sistema, ciencia o doctrina.

(3) Gellner, E.: Cultura, identidad y política. El nacionalismo y los nuevos cambios sociales. Gedisa, 2019

(4) Harari: 21 lecciones para el siglo XXI. Debate, 2019

Reflexiones en torno al discurso dogmático: los discursos cristiano y musulmán

Francisco en su visita a Turquía

Segunda parte: Los discursos cristiano y musulmán

El hombre ha desarrollado a lo largo de la Historia diferentes formas de ficción. En esta reflexión pretendemos analizar algunas de las que más han influido en sus formas de vida, como las relacionadas con la religión, el nacionalismo o los sistemas de poder político. Permeados entre sí, los discursos religiosos, y de algún modo, los nacionales, han surgido como dogma, y muchas de las narrativas vinculadas al poder se han vuelto dogmáticas, en especial, las relacionadas con sociedades autoritarias.

En la primera entrega hemos analizado brevemente el discurso del judaísmo. Siguiendo el orden cronológico de las creencias monoteístas, continuamos en esta segunda parte con el discurso cristiano.

El discurso cristiano

A pesar de haber sido engendrada por el judaísmo, el cristianismo difiere de aquél y del islamismo en la afirmación de la condición de divinidad de Jesús, su fundador.

De los tres monoteísmos, Mircea Eliade y otros historiadores de las religiones coinciden en afirmar que el cristianismo es el más tolerante por haber vivido en su seno un importante proceso de reforma, protestante en su caso, que las otras dos creencias no han experimentado. Es, como hemos apuntado, el credo menos nacionalista en su conjunto, salvo algunas excepciones en el ámbito del catolicismo, tanto en el pasado como en el momento actual. En el pasado reciente de España, no podemos por menos de mencionar el fenómeno bajo el cual la identificación religión/Estado (política)/nación es acaso más absoluta: la doctrina nacionalcatólica con la cual la dictadura franquista modeló su credo religioso-político-nacionalista, haciendo del catolicismo la religión oficial del Estado. En el momento actual, el país que acaso representa mejor el maridaje de la religión –también la versión católica del cristianismo- con el Estado y el sentimiento nacionalista es Polonia, cuyos gobiernos, desde la caída del socialismo, han hecho de la católica su religión quasi de Estado y su modo de sentir nacional.

A lo largo de la Historia, la contradicción entre nacionalidad y religión en muchos territorios ha sido y sigue siendo constante hoy día

El relato cristiano actual es acaso menos rígido y más permisivo con sus preceptos que los otros dos del monoteísmo. Incluso los católicos han relajado bastante sus costumbres, especialmente en los países occidentales desarrollados. Los más practicantes suelen cumplir mandamientos como acudir a misa en días festivos (válido también para vísperas y sábados), confesarse y comulgar nada menos que comiéndose simbólicamente el cuerpo de Cristo. Mediante la confesión, el católico redime sus pecados con una penitencia, de tal modo que puede cometer otros tantos hasta la siguiente confesión, y así sucesivamente. Como se trata de un dogma, no es necesario demostrar –pero, a efectos de la fe, tampoco importa- que Jesucristo fuera el hijo de Dios, nacido de una mujer virgen, y constituya el segundo elemento de la Santísima Trinidad –que ninguna autoridad católica tampoco ha sabido explicar jamás, acaso porque carece de fundamento racional posible, que tampoco importa porque se trata de otra cuestión de fe-; ni siquiera es necesario demostrar la función del Espíritu Santo o por qué éste se presenta en forma de paloma.

Sin embargo, se han vertido ríos de sangre en cruentas guerras por las diferentes interpretaciones del relato cristológico. Así, el cisma entre las dos grandes corrientes del cristianismo, la oriental (Focio, 858) y la occidental (Miguel Cerulario, 1054), se inició a partir del término filioque (en latín, “y del hijo”): la occidental quería incluirlo en la profesión de fe,mientras que los orientales se opusieron a ello con virulencia.

El discurso musulmán

El credo musulmán, último en la cronología del monoteísmo, explica cómo Alá creó el universo y sus leyes (Sunna), las cuales revelaría a los hombres por medio del libro sagrado, el Corán. El término islam se aplica al conjunto de creencias que conforman tanto la ortodoxia como las diferentes sectas que se suceden en muchos países que profesan esta religión.

Por sus orígenes y su evolución hasta hoy, el islam está impregnado también de nacionalismo. Fundado por Mahoma en el s. VII d.C., pronto se extendió, merced a los cuatro primeros califas sucesores de Mahoma, y fundamentalmente, el califato omeya de Damasco (650-750), a enormes regiones desde el Indo hasta el Atlántico y la costa meridional mediterránea. A pesar de sus períodos de declive y divisiones políticas, religiosas o territoriales, el islam no ha perdido su influencia moral, económica, institucional o política. La caída de Constantinopla y su extensión a todo el Imperio Otomano, su penetración en la India, en países asiáticos, en buena parte del continente africano, en regiones de los Balcanes, además de en los países árabes, conforman un vasto Imperio islámico.

Pero, a diferencia del judaísmo, cuyo componente nacionalista se circunscribe al Estado de Israel, el islam no se concentra en un solo país y no en todos se identifica de la misma manera con el Estado. En determinados países donde predomina el islamismo se ha extendido su versión más radical, que condiciona un nacionalismo supremacista e impregna la vida social y cultural, además de la política; es el caso de IránAfganistán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos –refugio, por cierto, del rey emérito, como acabamos de conocer- y otros, donde, como bien sabemos, las mujeres tienen restringidos la mayor parte de sus derechos, así como los homosexuales, transexuales y, desde luego, cualquier forma de oposición política. Otros países, como Túnez, cuya religión oficial es la musulmana, no imponen tantas restricciones a sus ciudadanos y, a día de hoy, no se puede afirmar que la religión presuponga un nacionalismo excluyente, aunque la sombra del integrismo está muy presente. No en vano, la llamada primavera árabe surgió en este país y acaso sea el único donde de una u otra forma ha perdurado.

Desde los atentados de las Torres Gemelas se ha extendido el fundamentalismo islámico por buena parte de los países de esta religión, como bien sabemos. Estados cuyos gobiernos eran más democráticos, más tolerantes y menos autoritarios, como Turquía o Argelia, se han visto invadidos por corrientes integristas del islam, y sus gobiernos, contaminados.

Únicamente los musulmanes cuya vida consista en rezar cinco veces diarias, cumplir estrictamente los 30 días de Ramadán, viajar a la Meca al menos una vez en la vida, donar dinero para la construcción de una mezquita, hacer la Guerra Santa (yihad), bien espiritualmente o con las armas, o dar limosna a los pobres, entre otros preceptos, alcanzarán la vida eterna en el paraíso de Alá.

A lo largo de la Historia, la contradicción entre nacionalidad y religión en muchos territorios ha sido y sigue siendo constante hoy día. “Puede uno hablar de árabes cristianos –recuerda Bernard Lewis- … pero un turco cristiano es un absurdo y una contradicción en sus términos. Aún hoy… (1) mismo cabría decir en el caso de ciudadanos iraníes, marroquíes, saudíes, afganos y en general, un no musulmán de Turquía puede ser llamado un ciudadano turco (2), pero nunca un turco” de países cuya religión –la musulmana en esos casos-, es la oficial del Estado.

Notas:

1 Eliade, M.: Historia de las creencias y las ideas religiosas. Paidos Ibérica, 2019 

2 Lewis, B.: The emergence of modern Turkey. Oxford, 2a ed., 1968, pp. 14-15

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