La religión no puede convertirse en creencia probada y verdad inamovible, a través del poder institucional.
Víctor Arrogante, Nueva Tribuna, 1 de marzo de 2020
No creo en ningún ser sobrehumano ni sobrenatural que controle los destinos de los seres vivos y muertos aquí en la Tierra, ni fuera de ella; que imparta castigo y justicia divina ni nada por el estilo. En otras palabras, no creo en dios ni en sus actos ni en sus obras ni en su historia; ni en su hijo ni en su madre ni en todos los santos; ni en ninguna paloma santa; ha detto tutto con rispetto, naturalmente.
No es que diga que no lo sé, que puede que sea, o admita la probabilidad de la existencia de una fuerza o energía, espíritu vital o luz omnipotente, no: es que no lo creo. Fui creyente en otros momentos de mi vida, allá por mi adolescencia juvenil, hasta que comencé a razonar seriamente; entonces supe que no era posible y además no podía ser. También es cierto, que hoy, tras muchos años desde entonces, he dejado de creer en algunas humanidades. Y de la iglesia católica no creo nada: por lo que representa, por lo que dicen, por lo que hacen, por cómo lo hacen, y por lo que dicen que hacen.
Un caballo de batalla de la Iglesia es su ataque a la eutanasia y a la muerte digna, como “falsa solución al sufrimiento impropia del ser humano”. Dicen: “Eutanasia es matar a un hombre y ser matado no es una muerte digna”. Solo la muerte natural es muerte digna. A su espalda la historia de la iglesia y sus actos poco humanitarios, que hoy serían considerados criminales. En España se está a punto de legalizar la eutanasia, como un derecho para poder ejercer la última libertad; que sea pronto.
Una gran parte de los representantes de la Iglesia, muestran en sus caras el reflejo de lo que esconden. La satanífica de Rouco y la de Cañizares beática, que parece dejar ver su deleite por la belleza de los querubines. La del obispo Juan Antonio Reig Pla, de reaccionario, sectario y de odio, que equipara el “tren de la libertad”, con el “tren de la muerte” de Auschwitz. Llegó a decir: “los partidos mayoritarios se han constituido en verdaderas estructuras de pecado”, calificando la situación en España de “dictadura que aplasta a los más débiles”, los todavía no nacidos. No dice nada sobre la dictadura que la iglesia defendió, avalando la represión franquista bajo palio.