Una llamada a la reflexión

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Inmaculada Garro, M´SUR, 10 de septiembre de 2023
La llegada de migrantes al continente europeo nos hace replantearnos cómo abordamos el tema de la religión y las costumbres, tanto propias como de las nuevas generaciones, hijos de migrantes. En un continente en el que la religión imperante es el cristianismo, la llegada de creyentes musulmanes plantea muchos interrogantes. Las cuestiones y dudas se deben en gran parte al desconocimiento del otro, no solo por parte de la sociedad receptora, sino también por parte de los propios gobiernos que al ignorar la religión, las tradiciones y las costumbres de los “otros” relativizan asuntos religiosos en nombre de la cultura. Los líderes de “las religiones del libro” aprovechan la coyuntura para hacerse fuertes y ejercer su poder sobre la sociedad.
Este excelente ensayo desmenuza y desmonta el nuevo mensaje religioso que ha llegado a Europa desde Arabia Saudí y los países del Golfo a través de los petrodólares, y que nada o poco tiene que ver con la cultura del Norte de África y mediterránea en general.
Su autor, Ilya U. Topper, es corresponsal de la Agencia EFE en Turquía y ha sido reportero freelance en diferentes países del Mediterráneo. Nos pone como ejemplo las mezquitas que Arabia Saudí está construyendo en Europa, para hablarnos de cómo los gobiernos gestionan el islam. Unos partidos intentan prohibir ciertas conductas, otros se oponen en nombre del respeto y la integración. El miedo, la ignorancia y la desinformación son factores clave.
Esta obra, publicada por Hoja de Lata Ediciones, se inscribe dentro de un pensamiento laico que intenta separar la política de la religión. Se trata de una llamada al pueblo y a los gobiernos a la reflexión. Si Francia fue la primera afectada por esta situación y las decisiones que tomó no fueron muy acertadas ¿por qué seguimos su mismo camino? Si queremos que la situación cambie, no podemos quedarnos de brazos cruzados apelando al relativismo cultural. Se trata de un libro muy necesario para entender la situación social de la Europa actual.
Inmaculada Garro, Universidad de Alicante
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Avance de lectura de “Dios, marca registrada”:
IV – El retorno de Dios
3.- Un Salvador en la pizarra
“Por fin una buena noticia”. Así arrancaba una columna que escribí en 1996 para Europa Sur, un diario local de Algeciras, cuyo director, Juan José Téllez, me reservaba de tanto en tanto la firma de la contraportada. La noticia era que acababa de firmarse el acuerdo entre el Gobierno y la Comisión Islámica de España para introducir la asignatura de Religión Islámica en la enseñanza pública. Antes de enviarla por fax al periódico, se la enseñé a Virginia Calvache, periodista y amiga. Me dedicó una mirada reprobatoria.
—¿Una buena noticia? Llevamos años, décadas, pidiendo que quiten la asignatura de religión de los colegios. Y ahora vienes tú a decir que está bien que se dé más religión?
Yo intentaba defenderme. Había publicado solo semanas antes otra columna en el mismo diario, arremetiendo contra la presencia de la religión católica en el currículo escolar. Citando un libro de colegio de primer grado en el que María se definía como “la esclava del Señor” (sí: ponía esclava, ni siquiera sierva). Pero esto era diferente, intenté argumentar. El islam formaba parte de España, bastaba con levantar la vista —estábamos tomando tapas en el Albaicín— y haberlo negado durante siglos, haber pintado la “invasión musulmana” como un episodio de dominación extranjera, era no solo una enorme falacia sino también una amputación de la historia propia, tan propia como el omnipresente catolicismo. Al menos había que conocerla, re-conocerla, darle simbólicamente rango de igualdad en nuestra conciencia cultural, defendí. Y además, el racismo nace de la ignorancia, de conocer solo cuatro estereotipos del islam: velos negros, lapidaciones, poligamia, yihad, en fin, una caricatura. La asignatura podría corregir esto.
—Ya, pero no mediante clases de religión. —Virginia no estaba convencida.
Modifiqué la columna antes de enviarla; añadí una frase: “En realidad es triste que esta cultura se tenga que colar en las escuelas a través de la ventana de la religión, pero algo aprenderán, digo yo, los niños con la nueva asignatura, aunque sólo sirva para olvidar los tópicos”.
Lo que no supe entonces es que 24 años más tarde, los titulares de la prensa española seguirían destacando “la llegada del islam a las aulas”. En concreto, a las de Cataluña, porque en Andalucía y Aragón, aparte de Ceuta y Melilla, ya se imparte la asignatura desde 2006. Luego se sumaron Canarias, Castilla y León, Madrid y País Vasco. En 2018, ya hubo clases en Castilla-La Mancha, Valencia, Extremadura y La Rioja. Pero la polémica vuelve a saltar. Y yo volví a escribir una columna, pero esta vez en sentido contrario: ya no me parecía en absoluto una buena idea ofrecer una asignatura de religión islámica.
Porque en 1996 yo creía que se trataba de una oferta dirigida a todo el alumnado español: aparte Ceuta y Melilla, el número de alumnos marroquíes en España —prácticamente no hubo aún otras nacionalidades— todavía era muy bajo entonces y si algo necesitaban eran clases de refuerzo de idioma, no religión. Pero un cuarto de siglo más tarde quedaba obvio de que aquello era una ingenuidad: se trataba de ofrecer a los padres la posibilidad de catequizar a sus hijos en el colegio público conforme a su propia fe. Los “alumnos destinatarios” de la asignatura no son quienes se interesen por la materia sino quienes son hijos o nietos de musulmanes: así lo deja claro un estudio demográfico de la organización islámica española UCIDE, que los cifra en 344.000 personas.1 Y a la vista del contenido de las clases, según lo previsto por la ley, efectivamente sería imposible ofrecer esta asignatura a ningún alumno que no sea musulmán: comprende “recitar correctamente la shahada” (el credo) como actividad escolar evaluable.2 Es decir, si alguien entra en clase sin ser musulmán, sale convertido.
Porque el objetivo de las clases de Religión no es enseñar nada ni aprender nada. Para aprender hay que pensar, y no es este el fin de la asignatura: se trata de “reconocer y aceptar” un contenido cuyo control no corresponde al Estado, sino que es “competencia de las respectivas autoridades religiosas”, como insiste la ley española. Lo es tanto que hasta el propio Boletín oficial del Estado utiliza al describir el temario la ortografía eclesiástica de “Dios y Su existencia” en el caso cristiano o de “Muhammad (P.B.)”, una abreviatura de Paz y Bendiciones que es obligatoria para los creyentes, en el musulmán. Y afirma sin pudor que “el ser humano pretende apropiarse del don de Dios prescindiendo de Él. En esto consiste el pecado”. Pero ser ateo no es solo pecaminoso, es un infortunio: “Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz”, asegura el temario de la fe católica.3 Por lo tanto, como práctica escolar, el alumno deberá “evaluar circunstancias que manifiestan la imposibilidad de la naturaleza humana para alcanzar la plenitud” y, como consecuencia, “reconocer y aceptar la necesidad de un Salvador para ser feliz”. O cristiano o desgraciado.
En comparación con la pretensión católica de hacer creer al alumnado que “Dios interviene en la historia”, el contenido propuesto por la Comisión Islámica de España (CIE) se lee como un texto para niños de primera comunión: Adán y Eva, el Corán como palabra divina, Jesús como profeta, los padres, los derechos de los animales, el medio ambiente. Hasta afirma que mujer y hombre son iguales ante Dios (Al-lah). Que no lo son ante los hombres, eso ya lo aclarará la profesora cuando les mande a las niñas ponerse velo a la hora de tocar el Corán.
Porque si bien la CIE ha hecho un encomiable esfuerzo para presentar un contenido de asignatura sin aristas ni polémicas, la elección del profesorado corresponde al mismo organismo, que debe certificar la idoneidad del enseñante, exactamente igual que hace la Conferencia Episcopal con los suyos. Y la CIE, interlocutor del Gobierno español para asuntos religiosos, ha evitado cuidadosamente oponerse al salafismo. No ha hecho nada para frenar la deriva integrista del islam en España. Ha exhibido un elocuente silencio ante la proliferación del ideario salafista, convirtiéndolo a ojos del público en el islam estándar. Con este silencio, lejos de desterrar estereotipos, rubrica la plena validez de la caricatura del islam que conoce la sociedad española y que yo deploraba en mi columna. Desde el niqab hasta la poligamia, desde la yihad —siempre matizando que “en realidad” es una lucha interna personal, pero sin nunca desautorizar a los teólogos para los que sí es una llamada a las armas— hasta las lapidaciones.
No, por supuesto ningún teólogo europeo, de estos que figuran como interlocutores de los Gobiernos, defiende lapidar a las mujeres, pero tampoco ninguno es capaz de rechazarlo de plano. Porque esto significaría cuestionar no el Corán —allí no aparece— pero sí todo el conjunto de exégesis e interpretaciones legales de la ortodoxia que han convertido un libro de prédicas e historietas en una religión mundial con compendio de derecho canónico y aspiración de poder político al mismo nivel que la Iglesia. Y cuestionar esa aspiración no conviene. Mejor no tocar el tema, dejarlo correr, hablar de Adán y Eva y dejar el resto en manos de Dios.
Página 2: Pastores y concordatos