LO PRIMERO FUE —por una vez y sin que sirva de precedente— un tuit que despertó muchas respuestas: “A veces, aquí, en la belleza, me da tanta pena no poder creerles…”, decía, sobre una foto de las nervaduras increíbles de Santa María del Mar, en Barcelona. Y era cierto: por una vez y sin que sirva de precedente escribí en un tuit lo que pensaba…

Santa María del Mar, en Barcelona. Siglos después de su construcción, las catedrales siguen siendo lugares de magia y sugerencia. JORDI CAMÍ (AGE FOTOSTOCK)
Martín Caparrós, El País, 18 de noviembre de 2018
Lo primero fue —por una vez y sin que sirva de precedente— un tuit que despertó muchas respuestas: “A veces, aquí, en la belleza, me da tanta pena no poder creerles…”, decía, sobre una foto de las nervaduras increíbles de Santa María del Mar, en Barcelona. Y era cierto: por una vez y sin que sirva de precedente escribí en un tuit lo que pensaba.
Lo sigo pensando: sería tanto mejor poder creerles, poder creer. Ver esas piedras y esas luces y sentirse parte, sentirse seguro; creer que hay algo, que hay alguien, que todo tiene sentido. Suponer que hay un orden, que lo que pasa pasa por alguna razón, que no me voy a deshacer como una rama al fuego. Debe ser tan fácil vivir sabiendo que te alcanza con obedecer algunas reglas para que un poder portentoso se haga cargo, para que dures para siempre. A veces, allí, en la belleza, en medio de esos lugares increíbles que esa facilidad, ese miedo crearon, los que pueden me dan tremenda envidia.
Pero sé que yo no —que creer lo increíble es un don que no me ha sido dado— y entonces, a veces, pienso que si por lo menos consiguiera pensar que esa es mi historia. Pensar que esto también me pertenece: es verdad que buena parte de la belleza arquitectónica europea se les debe. Sus catedrales, sus monasterios, sus ermitas y capillas y glorietas varias suelen ser lugares increíbles, llenos de magia y sugerencia: sería tan gozoso poder reconocerme en esa tradición, sentirme orgulloso de los míos, pensar que hace siglos personas que pensaban como yo hicieron esas casas espléndidas. Y no tener que pensar que las montaron unos señores repletos de ambición y de trampitas para que sus súbditos siguieran comprando lo que les decían, para que siguieran soportándolos y engordándolos so pretexto del cuento de su dios, que siguieran aceptando que ignoraban y debían obedecer y creerse las historias más absurdas. Read the rest of this entry »