El gran problema de la mujer es la misoginia del catolicismo que se enseña a millones de escolares con dinero público

Una mujer en una protesta en Kosovo en marzo / ARMEND NIMANI / AFP / El País
Juan José Bedoya, El País, 10 de marzo de 2018
No es una anécdota, por extravagante que parezca, la trifulca que se está produciendo entre varios obispos, unos ‘comprendiendo’ la huelga feminista, otros, los más, execrándola con severidad extrema. Uso el verbo execrar como se debe: quienes con autoridad religiosa o en nombre de cosas sagradas condenan y maldicen a alguien o algo. Al margen de la posición del cardenal de Madrid, Carlos Osoro, un prelado de vocación tardía que antes de ordenarse estudió una carrera civil y tuvo novia, y de algunas declaraciones del papa Francisco pareciendo asumir que la mujer debe tener un papel igualitario entre las jerarquías del cristianismo romano, la doctrina sigue inamovible. Así se lo han recordado estos días a Osoro y al portavoz de Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, con dudosa educación, desde incontables medios de comunicación católicos.
De ser así, o sea, que la doctrina no se mueve, este es el gran problema al que se enfrentan las mujeres. Si la religión más influyente del mundo, que se proclama como un referente moral obligado, denigra con saña a las mujeres por boca de sus mejores pensadores (san Agustín, santo Tomás de Aquino y tantos otros en la estela de Aristóteles, el primero en despreciarla), ¿qué esperar?
“De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado cometido contra la mujer”, ha escrito la teóloga Uta Ranke-Heinemann, compañera del papa Ratzinger en la Universidad de Múnich. Se oyen voces creyendo que un paso importante sería la admisión de la mujer a los ministerios ordenados (sacerdocio, episcopado, cardenalato, increíble sería el papado…). Es un camino cerrado a cal y canto, la última vez en julio de 2010, cuando Benedicto XVI endureció sus códigos. Lo hizo en la carta apostólica Normae de gravioribus delictis (Normas sobre los delitos más graves), donde junto a la pederastia figuraba (figura) la ordenación sacerdotal de mujeres.
Cada religión tiene derecho a imponer a sus fieles lo que guste. Quien no esté de acuerdo, puede marcharse, y, antes, no entrar. Hacen mal las feministas escandalizándose porque los obispos execren del divorcio o del aborto. Lo que sí se puede (y se debe) protestar es cuando la Iglesia católica enseña sus doctrinas antifeministas en las escuelas ¡con dinero público! Read the rest of this entry »