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Carlos Arenas, Revista REDES, 24 de abril de 2023
Pasada la Semana Santa, la comunidad educativa debe reflexionar sobre el hecho de la utilización de la escuela, incluso de la pública, en la exaltación de esta fiesta para-religiosa y “tradicional” de la primavera. Se dirá: ¿Quién puede escandalizarse porque esos angelitos y angelitas vestidas ellas con trajes negros y mantillas, ataviados ellos con bizarros uniformes legionarios amorosamente confeccionados con las amorosas manos de madre, salgan en procesión en horario escolar? ¿No son tiernos y graciosos? ¿No rinde culto a la tradición y a la inveterada idiosincrasia popular?
Mi intención aquí no es reproducir lo mucho que se ha escrito desde la sociología o de ciencia política sobre la importancia de los símbolos en la configuración de las mentalidades. Como repitiera nuestro compartido amigo Carlos Álvarez Santaló, en el espectáculo político-festivo-religioso que es la Semana Santa se organiza que el pueblo disfrute de las múltiples emociones visuales, olfativas y auditivas que se le brindan al efecto de que se sienta aquiescente con un orden social fraudulento, expresado en ritos dirigidos a conseguir la transferencia de modelos del mundo propios de las élites dirigentes hacia una clientela masiva, pastoreada y emocionada “hasta el tuétano”. Y añado: cuanto más desigual es una sociedad, y la andaluza lo era, y lo es en grado sumo, más dosis de rancio tuétano emocional hay que untar. Y untarlo desde “chiquetito”.
Usar la escuela y a los niños para el adoctrinamiento y el pastoreo viene de muy antiguo, y pondré algunos ejemplos. En el siglo XVIII, el ilustrado Francisco Cabarrús, escribía a un amigo: “¡Oh, amigo mío!, no sé si el pecho de vmd. participa de la indignación vigorosa del mío, al ver estos rebaños de muchachos conducidos en nuestras calles por un esculapio armado con una caña. Es muy humildito el niño, dice, cuando quiere elogiar a alguno. Esto significa que ya ha contraído el abatimiento, la oquedad, o, si se quiere, la tétrica hipocresía monacal”. Un siglo después, en 1896, el alcalde de Sevilla recibe una carta del director general de la congregación de la Doctrina Cristiana, solicitándole que ordene a los maestros de las escuelas públicas que organicen y encabecen procesiones con sus alumnos a la parroquia del barrio para oír la misa del domingo. Ante las reticencias iniciales del alcalde, el Doctrinario estalla: “¡Permítese el legislador cristiano dar libertad de conciencia religiosa! ¿Ignora ese legislador que todo principio de autoridad reside sólo en Dios, que el Rey y el Papa lo tienen sólo como delegados, y que las leyes humanas han de ser informadas en las divinas?
Después de amenazarlo con el fuego eterno, descubre al buen alcalde cristiano cuáles eran sus verdaderas intenciones: restaurar la vieja costumbre de las escuelas de la Santa Cruz en las que los niños marchaban en procesión cantando los mandamientos de la Ley de Dios, “cosa no insignificante sino muy útil y provechosa” porque los “vecinos de los corrales” por ver a sus hijos, acuden a
la procesión y “reciben todos la instrucción doctrinal, el tonillo del canto se les mete en el sentido y, sin querer ellos, todo el día lo están repitiendo”. Aquel tipo utilizaba a los niños y a los maestros para inculcar su doctrina a la gente y ahormar idiosincrasias.
Gentes como esta, a partir de 1936, diseñaron la escuela franquista que se dejó de tonillos; los que fuimos niños en los cincuenta y
sesenta aún recordamos aquella escuela física y mentalmente agresora. Desde entonces para acá, ha costado mucho sacar el adoctrinamiento religioso de la escuela; de hecho, la inmensa mayor parte de los españoles se declara ateo, agnóstico o no practicante. La Iglesia y las élites sociales comparten la opinión de que el mensaje religioso no cala y que el orden social que avale sus privilegios debe inocularse por vías atractivas, festeras, incluso utilizando a los niños y sus angelicales procesiones para que el “tonillo” del “abatimiento” se meta en la cabeza de la gente.
Nada por tanto de inocentes procesiones; habrá que decirles a maestros y a maestras que así proceden que, si no son cómplices, están siendo vilmente utilizados; habrá que decir a las autoridades, especialmente a los que se dicen de izquierdas, que desautoricen estas idiosincrásicas y tramposas demostraciones, que hagan en sus políticas lo mismo que nos confiesan en privado: un puñado de votos no valen una misa.
Carlos Arenas Posadas. Profesor de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Sevilla y socio de REDES