Misiones del Racionalismo: Rosario de Acuña en la prensa librepensadora.

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Casa de Rosario de Acuña en Gijón, 1988 (antes de la Reforma) / Foto de El Comercio – Fuente
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Acuña, conocedora de esta situación, se proponía, por el contrario, recuperar a la mujer no para que ejerciera de “dama catequista” sino para que militara activamente en un proyecto de “regeneración” social que apostaba por un porvenir distinto. Su toma de partido para animar a su sexo a ejercer la conciencia libre tenía la vocación de dar un golpe de timón que cambiara la dirección de la influencia moral femenina sobre el hombre, al frente de la familia y de la sociedad:

La mujer, cuando se inspira en la ignorancia y la superstición, es la gota de agua cayendo tenaz, leve y apenas notada sobre el cerebro del hombre, agujereando primero el duro cráneo (…) trocando los deseos generosos en instintos sistemáticos, transformando el amor a la humanidad en individual egoísmo. (Acuña, 2007-2008, vol. 4, p. 145)

Estos ideales librepensadores venían a confluir con la preocupación por la necesidad de educar a la mujer colocándola como igual y compañera del hombre: “la mujer del porvenir, radiosa mitad humana que entrará en los mundos de la ciencia y del arte con representación propia” (Acuña, 2007-2008, vol. 4, p. 117). El estudio conjunto de ambas cuestiones –la causa emancipadora y la librepensadora– iluminan notablemente el ideario de Acuña, para quien el cambio social y el progreso no se alcanzarían sin la mujer pues los dos sexos no podían trabajar por separado de igual modo que la mujer no debía permanecer en posición de esclava, adalid de las tradiciones y los dogmas y fuerza regresiva si se aspiraba a otro mundo posible. Leopoldo Alas, por ejemplo, en sus artículos de la serie “Psicología del sexo” (1894) asociaba a la mujer con posiciones retrógradas mientras que resaltaba la tendencia del hombre a innovar: “El macho es reformista, innovador, las variaciones en la especie se le deben a él. La hembra es más misoneísta […] tiende a conservar, el macho a renovar, a inventar y a ensayar” (González Molina, 1987, pp. 491-492). Acuña, por el contrario, creía que la esclavitud de la mujer y su mentalidad encogida era reflejo del doble estándar de género, de la desigualdad educativa y del “poderío de la iglesia” (Acuña, 2007-2008, vol. 2, p. 1562). Semejante argumentación tenía por objeto acabar con una arraigada dicotomía que incorporaba elementos políticos, religiosos, culturales y de género estableciendo una oposición entre dos núcleos: “religión/atraso/tradición/feminidad y progreso/ciencia/masculinidad” (Blasco Herranz, 2005, p. 130) considerando que la mujer y todo lo femenino podían muy bien formar parte del segundo grupo y afiliarse con el progreso en vez del retroceso. Acuña tenía la certeza de que la mujer educada y racional apoyaría la causa progresista y sería capaz de desarrollarse en plenitud al anularse las barreras que contribuían a separar a los sexos, empequeñeciendo a la mujer y obstaculizando un proyecto que debía estar marcado por ideales de matrimonio entre iguales, compañerismo y fraternidad universal:

De aquí también esas inconcebibles contradicciones de hombres librepensadores en el foro, en los ateneos, en los congresos, en las profesiones, en las cátedras, en el libro; hombres pensadores intelectual y socialmente, y católicos fervorosos en el seno de la familia (…) Y de aquí, por último, esa separación tácita, pero marcada y real, de las almas del esposo y de la esposa, separación funesta, perturbadora, que acarrea la horrible desmoralización de nuestra sociedad, separación que prostituye la grandeza del matrimonio que es (…) fusión de dos espíritus semejantes. (Acuña, 2007-2008, vol. 4, pp. 148-151, subrayado mío)

Como mujer escritora y como librepensadora, Acuña defendía la ciencia frente al dogma adoptando una postura progresista de tintes utopistas[4] y siempre innovadora, que buscaba establecer el Edén en la tierra aunque hubiera que hacer tabla rasa para ello:

¡Demoledores se nos llama! ¿Qué se puede hacer al presente sino demoler? Lo primero es quitar el último murallón hasta el último cascote, dejar el terreno limpio de escombros y de barro y después se socaba más hondo aún que el primitivo cimiento para levantar la nueva fábrica (Domingo Soler, 1976, p. 235)

Este feroz “trabajo cultural” (Tompkins, 1985, p. 15) de Acuña que alimenta y promueve el cambio se apoyaba en ideales de igualdad y fraternidad, en perspectivas de cambio y de regeneración con un hondo convencimiento de que la humanidad caminaba hacia un porvenir edénico, lo que la llevaba a afirmar tajantemente que “nosotros vamos hacia el paraíso, ellos vienen del caos” (Acuña, 2007-2008, vol. 3, p. 847). Ese paraíso solo era posible si se fomentaba la equivalencia de los sexos, una idea que encontraba su plasmación poética en una utopía futura en la que los humanos de ambos sexos serían verdaderos ángeles alados conviviendo unidos por vínculos fraternales (Acuña, 2007-2008, vol. 2, p. 1742). Acuña pronosticó que la batalla sería larga pues había empezado con el espíritu ilustrado y los resultados no serían palpables para su generación ya que ese esfuerzo solamente daría frutos en el porvenir y por eso las referencias al paraíso y a la obligación moral hacia las generaciones venideras son constantes en su escritura:

Nuestros esfuerzos (…) serán impotentes (…) Así es como tenemos que empuñar nuestra bandera; sin la esperanza limitada a nuestro corto existir terrenal, sin la esperanza encerrada en los estrechísimos horizontes de nuestra individual felicidad; así, solo así, podremos mirar de frente (…) No venceremos pero habremos sostenido el emblema de la humanidad a través del tiempo y del espacio; no venceremos, pero habremos servido a la razón y ceñiremos en nuestra frente la corona de humanos (Acuña, 2007-2008, vol. 4, pp. 157-158)

Acuña concibió sus textos periodísticos como el vehículo para que su escritura fuera motor de acción política y militante en lo que ella misma consideraba como unas misiones del racionalismo que aspiraban a avanzar hacia un mundo distinto donde los las mujeres y los hombres habrían alcanzado la razón adulta:

¡En vosotros está la aurora que anuncia la nueva era! ¡Uníos racionalistas de mi patria! Luchad sin tregua ni reposo. Levantad misiones (…) que sin aparatos, sin cruces, sin cilicios, sin rimbombancias de saltimbanquis, vayan con fe gigante, fría y serena, de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, de casa en casa, derribando ídolos. (Acuña, 2007-2008, vol. 2, pp. 1174-1175).

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