Misiones del Racionalismo: Rosario de Acuña en la prensa librepensadora.

La colaboración de Rosario de Acuña en la prensa librepensadora define su escritura radical, heterodoxa y crítica con el catolicismo. La autora apoyó la causa del librepensamiento recalcando que la mujer debía ser participar activamente en el debate.

Rosario de Acuña / Fuente imagen
________________

Ana María Díaz Marcos, [Universidad de  Connecticut (Estados Unidos)], Arbor Revista CSIC, 9 de febrero de 2023

Mujer y periodismo en el siglo XIX. Las pioneras.

La colaboración de Rosario de Acuña en la prensa librepensadora define su escritura radical, heterodoxa y crítica con el catolicismo. La autora apoyó la causa del librepensamiento recalcando que la mujer debía ser participar activamente en el debate. Este matiz de género permite unir dos de las preocupaciones básicas de una escritora que consideraba que la emancipación de la mujer y la libertad religiosa eran las dos cuestiones palpitantes de ese contexto histórico. Acuña escribió numerosos ensayos y artículos apoyando activamente la necesidad de anular las barreras entre los sexos para aspirar a ideales de igualdad y fraternidad universal.

Rosario de Acuña (Madrid, 1850 – Gijón, 1923) fue una intelectual heterodoxa y controvertida que llevó a cabo una incansable labor como ensayista, dramaturga y periodista. Fue la segunda escritora española que estrenó en el prestigioso Teatro Español (Sánchez Llama, 2004, p. 121) y la primera que leyó en una velada poética en el Ateneo de Madrid.

La lectura de los cinco volúmenes de Obras reunidas editados en el año 2007 nos descubre la ideología radical de una de las escritoras españolas más iconoclastas de las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX (Bieder, 1995, p. 109). La insuficiente atención que su ingente obra ha recibido se explica en parte por la polémica que tanto su personalidad como sus escritos generaron (Arkinstall, 2005, p. 294).

Su coetáneo Luis París y Zejín resumió certeramente los rasgos más destacables que caracterizan la rebeldía de Acuña y su tendencia a nadar contracorriente: “hermana honoraria de logias masónicas, panegirista de las víctimas del fanatismo católico, republicana… y apasionada de todo cuanto significa progreso nacional” (París y Zejín, s.a. pp. 78-79). Ideas similares inspiraron el elogio de la periodista Consuelo Álvarez Pool que hace hincapié en su disidencia al describirla como “demoledora de todo lo existente, radical destructora de todo lo actual” (Domingo Soler, 1976, p. 247). Esa vocación intelectual reformista marcada por una fervorosa fe en el progreso y la ciencia encontrarán su cauce de expresión en la actividad periodística ya que colaboró habitualmente en publicaciones como Las Dominicales del LibrepensamientoEl Correo de la ModaLa Luz del PorvenirEl Cantábrico (Santander) o El Noroeste (Gijón), por citar solamente algunos. En muchos de sus artículos y ensayos se reitera una doble motivación (ética y didáctica) de su actividad intelectual marcada por un titánico esfuerzo por esclarecer y comunicar la verdad:

Una cosa que bulle dentro de mí, que pudiera llamarse “monomanía de la enseñanza”. Es el caso, que no puedo resistir al lado mío el más pequeño conato hacia la insensatez o necedad, sin que al punto sale en mí una, a modo de comezón, por establecer cátedra donde quede dilucidada la verdad (Acuña, 2007-2008, Obras selectas, KRK, vol. 2, p. 978)

Los periódicos progresistas del último tercio del XIX, con su vocación crítica favorecida por sucesivos decretos y artículos que avalaban la libertad de prensa, constituyeron un vehículo eficiente para la transmisión de ideas que alimentaron el debate público. Dos hitos en la vida intelectual de Acuña están vinculados precisamente a instancias periodísticas. En 1884 envía una carta al cofundador del periódico Las Dominicales del Librepensamiento que se publicó en portada con el título de “Valiosísima adhesión” anteponiendo un breve párrafo que destaca el magisterio de Acuña y su prestigio en el entorno intelectual librepensador: “No por cortesía debida a la dama distinguida, sino por honor irrecusable a la escritora grandilocuente y apasionada que viene a aportar generosamente a Las Dominicales el riquísimo caudal de sus talentos varoniles y sus femeninas delicadezas” (Acuña, 1884, p. 1). A partir de ese momento la escritora colaboró asiduamente con esa publicación convirtiéndose en “la pionera de la literatura femenina del librepensamiento español” (Simón Palmer, 1989, p. 7). El segundo episodio tiene tintes mucho más amargos y ocurrió el 22 de noviembre de 1911 cuando su apasionado artículo “La jarca de la universidad” apareció en el periódico El progreso de Barcelona denunciando la agresión sufrida por unas alumnas norteamericanas por parte de otros estudiantes varones en la Universidad Central de Madrid. El descarnado lenguaje del texto provocó revueltas estudiantiles y supuso uno de los incidentes más penosos de su vida pues se vio obligada a huir a Portugal para evitar la cárcel. Mientras tanto se la procesó en rebeldía condenándola a prisión y pasó cuatro años en Portugal para volver a España indultada por el conde de Romanones. La prensa española dedicó centenares de titulares a la polémica sobre este artículo (Bolado, 2007, p. 284) y se la sometió a un duro juicio “periodístico” que tuvo lugar en el foro del papel impreso desde donde se la acusó (entre otras muchas razones, por haber usado un léxico incisivo considerado impropio de boca femenina) pero donde encontró también unos pocos defensores. Las palabras que le dedica Ernesto Hohm en el periódico Cataluña dan una idea de la virulencia del debate y del esfuerzo por parte de la prensa conservadora de denostar su figura y quemarla en la hoguera pública: “Esa proxeneta roja (…) ese engendro sáfico (…) La llamaremos histérica (…) La llamaremos alcohólica, la llamaremos cretina, irresponsable, la llamaremos degenerada (…) ¿Qué sabe esa harpía laica…?” (Hohm, 1911, p. 759)

Es importante subrayar la extensa trayectoria ideológica de Acuña, una mujer de linaje aristocrático* por parte de padre y educada en el ambiente de buena hija de clase media que abraza las doctrinas del librepensamiento, ingresa luego en la masonería y hacia el final de su vida se identifica con ideales republicanos, socialistas y anarquistas. Entre la joven que envía en 1873 una ingenua nota y un ramo de violetas a la reina Isabel II en el exilio francés (Acuña, 2007-2008, vol. 3, p. 29) y la mujer que se dirige a las proletarias en 1916 señalando que es preciso “ir al porvenir sin capital, sin reyes, y sin iglesias” (Acuña, 2007-2008, vol. 2, p. 1662) media un abismo al que ella misma hace referencia explícita en un artículo titulado “A lo anónimo” en el que confesaba el largo y complejo proceso espiritual e ideológico que le hizo renegar del catolicismo de su infancia para adoptar la causa librepensadora: “Supones que yo, nacida en el catolicismo… rezadora en mi infancia de aquello de “cuatro esquinitas tiene mi cama”, he entrado en lo que llamas “camino de perdición” y denominan por ahí fuera “libertad de pensamiento” sin que se librasen titánicas batallas en el fondo de mi conciencia. ¡Infeliz! ¡qué sabes tú lo que son batallas de conciencia!” (Acuña, 2007-2008, vol. 2, p. 983). Acuña, que rechazó las etiquetas y clasificaciones proclamando su vehemente deseo de mantener la independencia intelectual y el derecho a cambiar de opinión, se negó siempre a constituirse en guía o líder de ninguna “agrupación, escuela o secta” (Domingo Soler, 1976, p. 235). Eso hace aún más destacable su carta a Las Dominicales y su autorretrato en la que se declara, ante todo, como una “librepensadora respetuosísima con el pensamiento ajeno” (ibíd.). De hecho, la autora describió en su carta a Chíes el instante preciso de su descubrimiento de Las Dominicales –cuyo papel había servido de envoltorio para unos paquetes de compras– como una auténtica epifanía, un encuentro inesperado y casi místico con ideales de libertad:

Recuerdo perfectamente la impresión que me produjo su lectura. Tenía enfrente de mí algo más que un periódico, tenía delante de mí la idea virgen, exuberante de lozanía, henchida de promesas y de esperanzas (…) la idea de libertad en su más alta representación, la libertad de pensamiento (…) Aquel periódico, extendido ante mis ojos, con aquel lenguaje de sublimes sinceridades; con aquella altivez indómita que se manifestaba en cada una de sus líneas (…) era el grito primero, el más valiente (…) de un pueblo que desperezándose como un león harto de míseros despojos, lanza su potente rugido dispuesto a morir entre los candentes hierros si no logra, con su vigorosa fuerza, romper las cadenas que lo aprisionan. Ni un solo día desde entonces dejé de leer Las Dominicales. (Acuña, 2007-2008, vol. 4, pp. 143-144)

El ideario de Acuña marcado por nociones de librepensamiento, laicismo, anticlericalismo y derecho a ejercer la conciencia libre quedó plasmado en muchos de sus artículos en la prensa donde publica asiduamente con una voluntad constante basada en la razón, la ciencia y la libertad con el objetivo de propagar la verdad y avanzar hacia el progreso y la regeneración nacional. Desde ese momento en que Acuña ofrece su “entusiasta concurso a la causa del librepensamiento” (Acuña, 2007-2008, vol. 4, p. 154) empieza a ejercer un periodismo políticamente comprometido que funciona como vehículo de papel impreso para favorecer el debate público y propiciar el cambio. Acuña llevó a cabo su voluntad de hacer periodismo sabiendo los peligros que enfrentaba especialmente una “mano de mujer, ni fuerte, ni musculosa” (Acuña, 2007-2008, vol. 4, p. 155) que, no obstante, sabrá empuñar firmemente la pluma para atacar todo aquello que atente contra sus convicciones esbozando nuevas propuestas defendidas con sólidas argumentaciones. Esa tarea que le atrajo numerosas alabanzas y considerable prestigio implicaba arrostrar unos riesgos de los que era consciente: “la vida del periodista es la vorágine monstruosa, dispuesta siempre a tragar al incauto o al débil” (ibíd.). Su actividad periodística le permitió abordar todo tipo de desafíos intelectuales pero, al mismo tiempo, su postura crítica, heterodoxa y disconforme con el statu quo le atrajo multitud de enemistades contribuyendo a la satanización de su figura[1] y a su desaparición posterior del canon. Las escasas líneas que Julio Cejador y Frauca le dedica en su Historia de la literatura ilustran ese giro imperdonable que la transformó de dramaturga exitosa en pensadora subversiva mostrando que su adscripción al librepensamiento implicaba pisar una barrera considerada infranqueable internándose dentro del territorio tabú de una filosofía considerada no solo subversiva sino especialmente inadecuada para una dama: “dio buenas esperanzas con el estreno de su primer drama, mudó de rumbo y se dio a filosofar con escasa suerte […] por lo cual sus ideas librepensadoras la hicieron malquista para con casi todos” (Cejador y Frauca, 1918, p. 205). La autora no ignoraba estos prejuicios y reconoció públicamente que con frecuencia se la hostigaba con el fin de devolverla al redil de la sociedad bienpensante: “que soy una empedernida materialista, porque soy una endiablada librepensadora” (Acuña, 2007-2008, vol. 2, p. 982)

Página 2

Páginas: 1 2 3 4

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: