
Muro de las lamentaciones, Jerusalén / Diego Delso
Redacción DMD, Revista nº 73, (2016)
29 de septiembre de 2019
Introducción
Las religiones –así, en plural– han jugado un papel determinante en la configuración de las diversas sociedades hasta llegar a las actuales. Sin duda representan una de las construcciones humanas más influyentes. Durante siglos, las religiones-institución han establecido las normas sobre lo que debe y lo que no debe hacerse, determinando la moral pública –y también la privada– de las sociedades, hasta el punto de trasladar a las leyes civiles unos principios y valores propiamente religiosos que, todavía hoy, en pleno siglo XXI, es posible identificar en el ordenamiento legal de sociedades modernas, que se definen como aconfesionales o incluso laicas.
Pretendemos analizar en este trabajo por qué las religiones han jugado este papel predominante en el establecimiento y control de la moral pública y, más concretamente, qué posiciones mantienen aquellas con relevancia en nuestro ámbito cultural, especialmente el catolicismo, respecto a una cuestión como la eutanasia que, en opinión del teólogo católico Juan José Tamayo, “es un tema incómodo para la ética, quizá por una concepción sacral e idealizada de la vida y por una imagen trágica de la muerte y del miedo a la nada”.
Abordamos este análisis desde el más sincero y total respeto por las creencias particulares que, en la esfera espiritual y religiosa, forman parte del núcleo fundamental de la propia persona. Un respeto que no impide la crítica y el rechazo de algunas actitudes, pasadas y presentes, por parte de las jerarquías eclesiales, “los funcionarios de la Iglesia”, en acertada expresión de otro teólogo, Hans Küng.
Pondremos atención especial a las discrepancias con la dogmática oficial que, dentro de la propia institución religiosa, mantienen respecto de la eutanasia y el suicidio quienes, para un observador externo, sostienen discursos y actitudes vitales más ajustados a la figura de Jesús, un judío nazareno enfrentado a las estructuras religiosas de su época, que relatan los Evangelios Canónicos. Lo hacemos con la declarada pretensión de ayudar a quienes puedan encontrar alguna dificultad para encajar su pertenencia a una institución religiosa que condena, duramente, lo que su propia conciencia no considera incompatible con su fe. Pondremos el foco principal en el catolicismo, como religión mayoritaria, –no exclusiva– entre los creyentes españoles, pero sin olvidar referencias a otras religiones con presencia minoritaria. Aunque, y tal vez sea oportuno señalarlo desde ahora mismo, se da entre las distintas religiones con presencia entre nosotros, una estrecha coincidencia argumental en el rechazo a la moralidad de las conductas eutanásicas.
Qué significa religión
Lo que suele expresarse con el término religión es sobre todo aplicable a las religiones de tipo profético o religiones reveladas, aquellas que tendrían su origen en la revelación por la propia divinidad, de una verdad trascendente –la existencia misma de tal divinidad y la forma en que quiere ser adorada, cuando menos– a una persona, el profeta, a quien confiere la misión de trasmitir esa verdad revelada al conjunto de la sociedad a la que pertenece.
Tres de esas religiones, Judaísmo, Cristianismo e Islamismo, suman cerca de 3.900 millones de creyentes. Más de la mitad de la población mundial, extendiéndose por Europa, América, África, Oceanía y la porción más occidental de Asia. Estas tres religiones se conocen también como “religiones de libro sagrado” porque históricamente han recogido sucesivas revelaciones en textos escritos considerados sagrados: la Torah, la Biblia y el Corán, respectivamente. Las tres religiones tienen en común ser monoteístas y el haberse originado en un marco geográfico muy concreto, oriente próximo, incorporando –aunque no siempre estén dispuestas a reconocerlo– numerosos elementos míticos preexistentes en aquel entorno geográfico.
Religión y religiosidad
Al menos desde una mirada no confesional, cabe decir que religión y religiosidad, aunque son términos semánticamente relacionados, describen dos realidades diferentes. La religión aparece como un conjunto de dogmas que son tenidos como verdades indudables porque se aceptan como reveladas por la divinidad, mientras que la religiosidad vendría a ser la forma de relacionarse personalmente con dicha divinidad. La religión sería el marco externo, mientras que la religiosidad se refiere al interior, a la forma particular en que uno vive esa religión. Es posible así la coexistencia, dentro de una misma dogmática religiosa, de formas de religiosidad diversas. Baste pensar en las enormes diferencias que hay entre una religiosidad monástica o ascética y la religiosidad popular que se expresa en las procesiones de Semana Santa en nuestro país, por ejemplo. Por decirlo en referencia concreta al cristianismo y en palabras del teólogo José María Castillo, “el ‘dogma’ (lo que hay que creer) y la ‘espiritualidad’ (lo que hay que practicar) tienen fuentes distintas y van por caminos distintos”
En una sociedad plural, las religiones pueden ser objeto de crítica, escrutinio e incluso rechazo, como construcciones humanas que son. Mientras que respecto de la religiosidad, al pertenecer a la esfera de lo íntimo y personal, solo cabe la aceptación respetuosa. Otro tanto cabe decir respecto de la espiritualidad que, si se entiende como la capacidad del ser humano para mirar dentro de sí en busca de la propia esencia, puede asimilarse al concepto de “vida interior”. La religiosidad es, en el fondo, una forma de concretarse la espiritualidad.
No parece tener mucho sentido, salvo en el plano teórico, detenerse a considerar si, como algunos pretenden, la espiritualidad e incluso la religiosidad son realidades consustanciales a la naturaleza humana, o se adquieren como fruto del proceso de enculturación. Sea como sea, su papel nuclear en la conciencia individual exige un escrupuloso respeto por parte de todos. Al menos de los que creemos que la libertad es el bien más preciado, el cemento ético común exigible a todos, ya seamos creyentes, agnósticos o ateos.
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