La Real Academia le sigue rindiendo pleitesía: “Perfecto y libre de toda culpa” es su definición del adjetivo santo

Procesión nocturna en la Semana Santa de Zamora de 2019.CRISTOPHER ROGEL BLANQUET (GETTY IMAGES) / EPS
Martín Caparrós, El País, 5 de abril de 2021
Hay una ciudad santa, unos santos lugares, santa sede, santo sepulcro y guerra santa; hay una santa madre, un santo padre, un santo niño y algún santo varón y un espíritu santo; hay incluso un santo cielo y una santurrona y una santabárbara, un santo y seña, un sanseacabó en un santiamén, y no se acaba: la palabra santa todavía tiene tanto lugar en nuestras vidas.
La palabra santa siempre está, pero en estos días más: en estos días todo el tiempo. La palabra santa lucha, se defiende —aunque vaya perdiendo. No hay comparación: hace siglos, en su momento más tremendo, España tenía una Santa Hermandad para perseguir a los ladrones, una Santa Inquisición para perseguir a los pensantes y una Santa Cruzada y una Santa María para perseguir sus sueños de poder hasta la otra punta de Occidente.
La palabra santa definía. Decían que venía del latín sanctus, lo cual no deja de ser obvio, y que el latín podía venir de un sánscrito que significaba seguir, prescribir, adorar y quién sabe qué más: no sabían mucho. Ahora un poco menos, pero la Real Academia le sigue rindiendo pleitesía: “Perfecto y libre de toda culpa” es su definición del adjetivo santo. O sea que estos momentos, sin ir más lejos, deben serlo. Porque estamos en esos días en que todo es santo: jueves, viernes, la semana. Nuestros festivos muestran qué somos, cómo somos, qué poder nos controla. Durante 15 siglos la Iglesia católica no tuvo rival: lo que puntuaba el tiempo eran sus santos. Ahora sí tiene un par: las patrias, con sus feriados nacionalistas, tipo independencias, y los Estados Unidos, con sus feriados globalizadores, tipo Halloween o San Valentín.
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