¿Educación para la ciudadanía? Por supuesto

noviembre 14, 2018

Por Pedro Luis Angosto

Pedro Luis Angosto, Nueva Tribuna, 14 de noviembre de 2018

Recuerdo mis años mozos en el pueblo de la Sierra de Segura en el que nací, en pleno franquismo, en plena pobreza, en plena diáspora migratoria. Era un pueblo muy hermoso, de casas de dos plantas encaramadas a los cerros, con calles sin pavimentar, con un alumbrado público casi invisible, pero rodeado del verde y azul de las montañas y del verde inmenso de la huerta que lo aprisionaba mamando de las acequias que lo atravesaban y bordeaban. Criado como un pequeño salvaje que creía descubrir América cada vez que penetraba en la huerta interminable o construía una cabaña en los árboles junto a sus hermanos y amigos, aquel rincón era lo más parecido al paraíso que he conocido a lo largo de mi vida. Pese a ello, el ambiente era hostil una vez que abandonabas la naturaleza y te metían en las instituciones del régimen. Teníamos que acudir obligatoriamente a absurdos oficios religiosos en los que personas de muy escasa preparación nos aconsejaban sobre cualquier cuestión mundana, dejando las enseñanzas de su señor Jesucristo para mejor ocasión. A ellos, a los curas que iban a las escuelas, a los institutos y a las casas, les preocupaba nuestro sexo, qué hacíamos con él y qué iba a ser de nosotros pecadores llenos de lujuria adolescente. Eran unos obsesos que, en muchas ocasiones, cometieron actos incompatibles con el más mínimo sentido ético de la vida.

Los curas tenían poder en todo el proceso educativo, no sólo en los colegios de curas y monjas, sino en los que eran públicos, estatales. No obstante, España era la reserva espiritual de Europa y un Estado Nacional-Católico, nombre que se dio en España al fascismo patrio. En mi proceso de adoctrinamiento fascista, llegué a tener un singular terror al demonio, personaje al que no conocía pero que me describían un día y otro con absoluto tremendismo. También se me apareció la virgen, creo que era la del Carmen. Estaba mi madre un poco trastornada y me mandó que fuese a su dormitorio a por unas aspirinas. Así lo hice, pero la virgen que había encima de su cama me llamó vestida de azul: ¡Pedro, acércate, no temas! Salí triscando como alma que lleva el diablo y durante muchas semanas me abstuve de entrar en aquella habitación sagrada. Años después, pensé en comentar el suceso a la curia murciana y promover en mi casa una peregrinación que me habría dado pingües beneficios. Luego lo dejé por desidia, también por un poquito de rubor que he roto hoy para escribir este artículo. Read the rest of this entry »