Evaristo Villar: «Todos nos podemos encontrar en un Estado laico»

Javier de Frutos, en «Perfiles con tiempo», nos presenta a Ernesto Villar, sacerdote comprometido con la Teoría de la Liberación, teólogo, fundador y portavoz de «Redes Cristianas», asociación que aglutina a numerosos colectivos de base, que apuestan por una apertura dentro de la Iglesia

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24 de enero de 2024

La conversación mantenida con Javier de Frutos nos presenta al teólogo fundador de Redes Cristianas expulsado de los claretianos «por los mismos criterios que ellos me habían enseñado; es decir: la verdad, la justicia, la honradez», que no renunciaron a su misión religiosa, aunque tuvieron que hacerlo de una manera un tanto singular, quedando bajo la custodia del entonces obispo de Mato Grosso, Pedro Casáldiga y pasando a ser su comunidad en Madrid.

Datos de su trayectoria vital aparte, recogidos ampliamente en la conversación, queda claro el contrate entre los movimientos cristianos de base y la jerarquía católica en lo que al laicismo y «aconfesionalidad» del Estado se refiere. Se muestra muy crítico con lo que considera una «confesionalidad encubierta» en España y aboga por el Estado laico: «A mí me parece que es el punto de partida en el cual nos podemos encontrar todos. Todas las religiones, todas las culturas, todos los no creyentes, creyentes, agnósticos. Todos nos podemos encontrar en un Estado laico. Que las leyes las hagamos sin necesidad de que esté vigilando una religión concreta, ni la ética o la moral de una religión concreta».

Ese mismo contraste entre los movimientos de base y la jerarquía eclesiástica, que les ha llevado a formar parte de la Coordinadora Recuperando, se refleja en el caso de las inmatriculaciones llevadas a cabo por de la iglesia católica y que se recoge en otra entrevista de Cristina Fernández para RTVE, cuyo enlace ofrecemos también al final(1)

Javier de Frutos / Evaristo Villar: «Todos nos podemos encontrar en un Estado laico»

Perfiles con Tiempo, El Salto

EVARISTO VILLAR (Sejas de Sanabria, Zamora, 1940) está iniciando una nueva vida a sus 83 años. Sacerdote y teólogo comprometido con los movimientos cristianos de base, en 2022 puso fin a su labor como impulsor de la revista Éxodo, cuyo último número tras 34 años de actividad vio la luz en diciembre de ese año. Ahora reside en un albergue de Carabanchel en el que ayuda a personas sin hogar. «Yo hago poco, pero caigo en la cuenta de que vivo bien y esa gente ha tenido que ir a un albergue porque no tiene una casa donde cobijarse ni tiene una cesta de la que alimentarse. Tengo que denunciar eso, luchar», apunta en un momento de la conversación que mantenemos una tarde de otoño junto al parque José Luis Sampedro, en el barrio madrileño de Chamberí.

Son las cuatro y el encuentro transcurre en ese tiempo fronterizo en el que el parque cambia del silencio a la algarabía de los niños recién salidos del colegio, de la luz fría de las horas centra­ les al inicio del atardecer.

En la vida de Villar también existe un tiempo fronterizo que podemos situar en 1993. Ese año fue expulsado de la orden claretiana junto con otros cinco compañeros después de un largo proceso impulsado por la estructura más con­ servadora de la Iglesia española y bendecido por la Roma de Juan Pablo II.

¿Su falta? Haber creado con un grupo de claretianos en los años 80 una revista, Misión Abierta, que quiso reflejar en sus páginas el espíritu transformador y aperturista del Concilio Vaticano II. Primero les quitaron la revista y después los expulsaron de la congregación. «Nos echaron, pero no porque nosotros tu­ viéramos una práctica dentro de la congregación que fuera ajena a la congregación; todo lo contra­ rio. Yo siempre he dicho que a mí me han echado de la congregación claretiana por los mismos criterios que ellos me habían enseñado; es decir: la verdad, la justicia, la honradez», rememora. Expulsados y señalados, los seis claretianos vieron cómo se les cerraban todas las puertas. Fueron perdiendo sus trabajos vinculados a la Iglesia y tuvieron que inventarse una nueva vida. Villar pasó a ejercer de profesor de música. Otros compañeros se dedicaron también a la docencia en centros ajenos a la Iglesia. Pero los seis clare­tianos expulsados no renunciaron a su misión religiosa. Aunque desde entonces tuvieron que llevarla a cabo en una posición un tanto singular: Quedaron bajo el cobijo del entonces obispo de Mato Grosso (Brasil) Pedro Casaldáliga. «Escri­bió [al presidente de la Conferencia Episcopal Española] diciéndole: ‘Desde hoy a todas estas personas -nos nombraba- las acojo en mi diócesis y, según el derecho canónico, quedan bajo mi jurisdicción. Van a ser mi comunidad en Madrid». Y así ha sido y así es.

Nos encontramos, pues, ante un sacerdote que desde hace 30 años ejerce su misión como miembro de la comuni­dad en Madrid del obispado de Mato Grosso; una comunidad que, despojada de la revista Misión Abierta, puso inmediatamente en la calle otro medio de comunicación, la revista Éxodo (1989- 2022). Varios miembros del grupo participaron en la puesta en marcha de la red de movimientos cristianos de base.

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¿Cómo transcurre el viaje desde un peque­ño pueblo zamorano en la España de posguerra hasta formar parte de una comunidad en Madrid bajo la jurisdicción de un obispado brasileño? Transcurre con los saltos propios de un tiempo en el que todo cambió a gran velocidad.

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(1) Evaristo Villar: «No se puede servir a Dios y al dinero»

Evaristo Villar es teólogo. Su posición dentro de la Iglesia ha estado siempre al lado de las clases más populares. En el año 2006 fundó Redes Cristianas, una asociación que aglutina a numerosos colectivos de base, que apuestan por una apertura dentro de la Iglesia. Villar es portavoz de esta asociación y coordina la revista Éxodo. No es ajeno al debate que ha despertado la inmatriculacón de bienes por parte de la Iglesia Católica.

Pregunta.- ¿Cuál es la posición de Redes Cristianas respecto a este tema?

Respuesta.-Nosotros la postura que tenemos es que esto es una aberración, una aberración que no tiene nada que ver con el Evangelio. Lo que hay que hacer es devolver a la sociedad lo que es de todos. La mayoría de lo que ha inmatriculado la Iglesia son bienes de dominio público y hay que devolverlos a la sociedad, que es la auténtica propietaria. Son bienes públicos que no son de nadie porque son de todos.

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