La respuesta es fácil. Entenderla no lo es en absoluto. Las religiones han pretendido requisar las respuestas desde hace 10.000 años, en los orígenes del neolítico, y quién sabe desde cuánto más atrás, pero jamás han dado ni una.

Javier Sampedro, El País, 9 de agosto de 2021
De dónde venimos, qué somos, adónde vamos, tituló Gauguin un cuadro tahitiano de 1897 que, francamente, no parece guardar una relación obvia con esas tres cuestiones profundas que atormentan a la humanidad desde la noche de los tiempos. No es que el gran pintor parisino hubiera caído víctima de un calentón metafísico. Más bien estaba dando cuenta de lo que le preguntaban todos los nativos de la isla polinésica en cuanto le veían: quién eres, de dónde vienes y adónde vas. En fin, los rudimentos de la cortesía internacional.
Un siglo antes, Kant había enfocado la cuestión de una manera más sobria y analítica. El pensador de Königsberg (Prusia Oriental), un icono de la Ilustración, concluyó que toda la filosofía cabe en cuatro preguntas: qué puedo saber, qué debo hacer, qué me cabe esperar, qué es el ser humano. Kant también percibió que las tres primeras preguntas se reducen a la cuarta. Lo que puedes saber, lo que debes hacer y lo que te cabe esperar depende por entero de lo que seas. Un mono no puede aprender la teoría de la relatividad así lo tengas encerrado media vida en la oficina de patentes de Berna y otra media en el gabinete del doctor Caligari.
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