La insólita reliquia de la catedral de Murcia: «leche en polvo» de la Virgen

Que según la tradición, cada 15 de agosto, día de la Asunción, esas gotas secas se licúan.

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22 de agosto de 2023

El periódico El Mundo está publicando este mes distintos artículos bajo el epígrafe «Divinas reliquias» (también las de la catedral de Oviedo), y en el último publicado hasta hoy, hace referencia a Las insólitas reliquias de la catedral de Murcia: leche en polvo de la Virgen en una custodia de oro, plata y diamantes

«De entre todas las extravagancias que acumula el vasto relicario español, la catedral de Murcia aloja uno de los más fastuosos: una cápsula con «leche en polvo» de la Virgen María, de la que ingirió el Niño Jesús en una gruta de Jerusalén. Tal cual. Leche santa» (inicia el artículo Antonio Lucas en El Mundo)

Bien es verdad que la catedral de Murcia no es la única que guarda «leche de la Virgen», sin ir más lejos también entre las reliquias de la catedral de Oviedo, además de ocho espinas de la corona de Cristo, gotas de su sangre, piedra del sepulcro, una rama de olivo que Jesús portaba en su entrada a la ciudad de Jerusalén el Domingo de Ramos o el Santo Sudario, se encuentran también gotas de leche de la Virgen.

¿Pero «leche en polvo»?

Vayamos, pues, al principio de la historia

En el blog sobre Reliquias, Reliquiosamente, nos hablan de la leche de la Virgen y nos explican qué es, en realidad, la sustancia que conocemos con ese nombre:

En Belén, no muy lejos de la basílica de la Natividad, existe la Gruta de la Leche. Según una leyenda del siglo VI, cuando Herodes ordenó la matanza de los inocentes la sagrada familia se escondió temporalmente en esta gruta antes de huir a Egipto. Con las prisas de los preparativos, a la Virgen, mientras estaba amamantando al niño, unas gotas de leche se cayeron al suelo y la roca alrededor, que era rojiza, se puso blanca.

No es de extrañar, entonces, que a partir del siglo VI empezasen a circular reliquias conocidas como ‘leche de la virgen’ que otra cosa no son sino unos trocitos de roca pulverizada y comprimida. Se trata de un tipo de roca calcárea (carbonato cálcico) cuyo polvo, si se diluye en agua, se pone blanco como la leche y toma su misma consistencia. El comercio de estos polvillos durante siglos ha sido muy próspero, sobre todo a partir del siglo XIII. Y no solo eran los cristianos quienes los vendían, sino sobre todo los musulmanes. Tanta cantidad cogieron que la gruta perdió su primitiva fisonomía y de un vano que tenía se convirtieron en tres, siendo el central más grande

Gruta de la leche, uno de los santuarios marianos más visitados
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El polvo se disolvía en agua y podía beberse o mezclarse con los alimentos. Esto ayudaba a las mujeres con problemas de lactancia o fertilidad teniendo también poderes curativos. También lo usaban las mujeres turcas. Esta devoción aún existe, tanto entre las cristianas como las musulmanas, y también el uso del polvillo. Los franciscanos, que custodian la Gruta de la Leche, que se ha convertido en un santuario, distribuyen este polvo con instrucciones adjuntas en las que se explica cómo hay que tomarlo, las oraciones que deben hacerse, etc…

Del origen de la reliquia de la catedral de Murcia dan cuenta en la web El pan de los pobres: El prodigio de la Santa Leche de la Virgen María- Museo de la catedral de Murcia

En el inventario de reliquias y manuscritos que el rey Felipe II mandó elaborar al erudito Ambrosio de Morales figura una de singular curiosidad: unas gotas de la leche materna de la Virgen. En la actualidad se custodia en el museo de la Catedral de Murcia y según la tradición se licua cada 15 de agosto.

La preciosa reliquia de las gotas de la leche se conserva en una redoma de cristal, adornada por una espléndida estrella de oro y protegida en una custodia de plata y diamantes. Se cree que proceden de la Gruta de la Leche, en Jerusalén, donde la tradición señala que la Virgen amamantó a su Hijo. Allí es frecuente ver a peregrinos que extraen porciones de cal de la roca blanca de sus paredes, invocando a la Santísima Virgen remedio contra la esterilidad o un embarazo sano.

El documento que acompaña toda reliquia, llamado “auténtica”, certifica que la Santa Leche procede del «convento de San Luis, de la Orden de San Francisco de Paula, de la ciudad de Nápoles». El mismo certificado añade que, por orden expresa del Papa Paulo V se entregó a Juan Alfonso Pimentel, Virrey de Nápoles (de 1603 a 1611). Más tarde la reliquia pasaría a manos de Mariana Engracia de Toledo y Portugal, quien decidió donarla a su muerte a la Santa Iglesia Catedral de Murcia para su custodia en la capilla de la familia…

Y, por último, la experiencia de un agnóstico: La Santa Leche, por Paco López Mengual

R.C Magazine

Hace unos años, un 15 de agosto, festividad de la Asunción, me levanté con el propósito de contemplar con mis propios ojos un milagro; un milagro de verdad: el de La Santa Leche. Las crónicas aseguraban que el prodigio se venía repitiendo cada año, durante ese preciso día, desde principios del siglo XVIII. Así que, esa mañana, ni siquiera fui a la playa. A las once en punto, ya estaba yo con la mirada clavada en un relicario expuesto en el interior del Museo de la Catedral de Murcia, con la intención de ser testigo de lo que allí sucediese.

Ante mí, y aunque cueste creerlo, en el interior de una pequeña ampolla de cristal incrustada en el centro de una suntuosa custodia de oro, plata y diamantes, se mostraban unas gotitas de la leche con las que la Virgen María amamantó al Niño Jesús en una gruta de Jerusalén. No alcanzo a adivinar cómo lograron conseguirla; pero, aún hoy, hay santones por aquellas tierras que se acercan a esa cueva para rascar cal de sus paredes, con la que elaboran un mejunje muy eficaz contra la esterilidad. Según cuentan, la Santa Leche que se conserva en el Museo permanece en estado sólido durante todo el año, pero el día de la Asunción, festividad de la Virgen –y he aquí el milagro-, se licúa para demostrar al mundo su santidad y recordar aquel pasaje del Nuevo Testamento.

La reliquia, hoy prácticamente olvidada por los devotos, fue traída desde Nápoles a Murcia hace 300 años, donde fue recibida por una multitud que la trasladó en procesión hasta la Catedral. Durante siglos, se le dedicaron misas y repiques de campanas, pero lentamente, agosto tras agosto, fue cayendo en el olvido; y esa calurosa mañana de verano en que la visité, sólo yo me encontraba ante el relicario, a la espera de que un año más se produjese el milagro.

Aunque soy bastante descreído, confieso que me fascina todo lo relacionado con la liturgia católica; pocas veces suelo pasar por la puerta de una iglesia sin entrar a contemplarla; me seduce el escuchar narraciones de milagros, el conocer jugosos episodios de las fabulosas vidas de los santos. Así que cuando leí en la prensa un artículo donde se hacía referencia al asombroso fenómeno, no dudé en preparar la visita.

Pero mi decepción fue grande desde el principio. En el interior de la ampolla sólo veía unas motas de polvo terroso y ennegrecido, que nada se asemejaban a lo que debió mamar Cristo en la cueva.

Tras un rato a la espera de que algo sucediese, y mientras daba un poco más de tiempo para que se produjese el acontecimiento, decidí dar un paseo por el Museo. Descubrí algunas piezas de bastante interés. Otra atrayente reliquia: un pelo de la barba de Jesucristo. El espléndido retrato de un Obispo, firmado por Madrazo. Dos magníficas esculturas del maestro Salzillo: el San Jerónimo que yo estudiara en mis libros de arte y un altorrelieve en forma de medallón, que ilustraba el momento en el que el Niño era amantado; una de las pocas muestras artísticas en la que se exhibe el pezón de la Virgen.

Al regreso al relicario, La Santa Leche seguía sin cambiar de estado. Pensé que el fiasco de ese año quizás se debiera al aire acondicionado que hacía más agradable la visita al museo, pero que variaba sensiblemente la temperatura que debió reinar siglos atrás en esa misma estancia; o, tal vez, a la falta de un número suficiente de espectadores para presenciar el milagro. Pensándolo bien, hubiese resultado un derroche el que se hubiese producido la licuación ante los solitarios ojos de un incrédulo agnóstico como yo que, con seguridad, hubiese achacado el fenómeno a algún proceso científico.

[Paco López Mengual, -Molina de Segura, Murcia, 1962-, es escritor y colabora en prensa y radio]

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