La intolerancia judía · Jordi Llovet

Las religiones, aunque se practiquen menos, dejan una huella sólida en las costumbres y la moral de una población

Moisés con las Tablas de la Ley (fragmento), de Guido Reni, (aprox. 1620), Galería Borghese, Roma
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Jordi Llovet, El País, 27 de abril de 2024

Es muy raro que los medios de comunicación hayan tratado el conflicto bélico entre Hamás e Israel desde el punto de vista del poder militar, de la cuestión geopolítica, de las consecuencias de la shoa, del apoyo de Estados Unidos al estado israelí y de más aspectos, pero nunca hablen de un factor de lo más determinante en cualquier cosa que tenga que ver con Israel, la de hoy y la de cualquier tiempo.

El pueblo hebreo posee una religión en la que la violencia contra el enemigo está perfectamente justificada, por no decir legalizada en las Escrituras que confirman la base de su religión, de su cultura y de su civilización. Las citas bíblicas al respecto son incontables, y referimos sólo unas cuantas a modo de ejemplo:

– “Entre las unidades de Israel movilizaron a mil hombres de cada tribu, en total doce mil hombres armados para salir en campaña… Hicieron la campaña contra Madian, y mataron a todos los hombres” (Nm, 31);

– “Los israelitas mataron a todos los hombres de Ay que habían salido de la ciudad hacia el desierto para perseguirles. Todos murieron a modo de espada; no quedó ni uno” (Js, 8);

-“Tú que habitas en Líbano, que tienes el nido en un cedro, como gemirás cuando te vengan los dolores, cuando te enrosques como la partera” (Jr, 22);

– “[Yahvé] hará llover desdichas sobre los injustos, fuego, azufre y viento ardiente: éste será su destino” (Sal 11);

– “Me has armado de valentía para combatir, doblas a los rebeldes bajo mí, haces huir de mí ante los enemigos, extermino a mi adversarios” (Sal 18);

-“No es tan difícil que algunos lleguen a doblegar a muchos. Y, además, a Dios le da igual salvar con muchos hombres que con pocos. La victoria en un combate no depende de la potencia de un ejército, porque la fuerza viene de Dios. Éstos vienen contra nosotros hinchados de orgullo y de maldad, para destruirnos con nuestras mujeres y nuestros hijos y apoderarse de nuestros bienes. Nosotros, en cambio, luchamos por nuestra vida y nuestras leyes, Dios los destrozará ante nosotros. ¡No tienen que darles miedo!” (1Ma, 3).

Las citas salen todas de la Biblia catalana interconfesional, Barcelona, ​​2005.

Sume a ello el hecho de que los palestinos profesan una religión en la que la violencia está tan presente, en su libro fundacional, como en el Testamento hebreo. Otra cosa es el testamento cristiano, que fue justamente revolucionario en tanto que propugnaba el perdón, la comprensión y la caridad. Pero es inútil acudir a judíos y árabes con esta doctrina: secularmente han abrazado otros principios. Diréis: «Ha pasado mucho tiempo desde los libros sagrados del judaísmo». Idea absurda: las religiones judía y, sobre todo, musulmana pueden tener una vida civil anclada en el presente científico, tecnológico o militar, pero tienen una vida religiosa anclada en unos textos que valían para los creyentes del tiempo de los grandes legisladores, Moisés y Mahoma, cómo sirven en nuestros días.

Dirá: “Los ultraortodoxos de Israel sólo representan un tanto por ciento pequeño de la población”. No importa: todos los israelíes se expresan ahora en lengua neohebrea, basada en el hebreo bíblico, y todos conocen a la perfección qué legitimado teológica les da el hecho de pertenecer, poco o mucho, al judaísmo de siempre: unos sólo leen la Biblia en el colegio, otros la saben de memoria y, además, estudian la enrevesada doctrina que contiene el Talmud: Mixnà y Guemarà. La religión judía no es una religión cualquiera: de ella salieron las otras dos grandes religiones monoteístas que conocemos, las cuales, desde el punto de vista del mesianismo hebreo, son consideradas dos imposturas: el cristianismo y el mahometismo.

Es cierto que las leyes civiles entran en contradicción, a veces, con las leyes religiosas de los ortodoxos, y ya no ocurren aquellas cosas que pasaron hasta bien entrado el XVIII, quizá más tarde. Spinoza se salvó de la lapidación y tuvo que esconderse a causa de su supuesto ateísmo o politeísmo; y su maestro, Uriel da Costa, cuenta en un libro ahora inencontrable en lenguas hispánicas, Ejemplar humane vitae , que debido a sus ideas prespinozianas —los milagros bíblicos sólo son metáforas, nunca fueron realidad; Dios sólo es una idea que nos hacemos de lo sobrenatural— fue igualmente sometido a la excomunión (el heredero de la tradición rabínica), a la flagelación pública ya ser humillado, escupido y pisado por la asamblea de los “pietosos”. Escribe esto: “Con cuánta más de razón yo podría infligiros penas ejemplares para que no se atreviera a tales actuaciones contra los hombres amantes de la verdad; vosotros, enemigos de fraudes, amigos por igual de todo el género humano, pero del que sois los enemigos comunes, porque a todas las naciones que no son la suya las considere menos que nada y cuente a sus habitantes entre las meras bestias, mientras desvergonzadamente se atribuye en exclusiva el acceso al paraíso…”.

Esto ya no ocurre. Ni los judíos lapidan a los infieles, ni a los cristianos, como hicieron durante siglos, queman los detractores de los dogmas canónicos. Pero todas las religiones, aunque se practiquen menos que tiempo atrás, dejan una impronta muy sólida en las costumbres y la moral de una población.

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