Musitencia

La pequeña historia de un intrépido artículo y unos sonidos que dividían un país.

Ilustración Juan Martínez

Fuente (texto e imágenes) Nueva Cultura, Alberto Belda

Érase una vez un artículo constitucional muy juguetón con la verdad, que hacía que cambiara todo para que todo siguiera igual.

Al principio y desde que nació, parecía que nos garantizaba la absoluta separación del Estado y la Iglesia Católica, tras 40 años de matrimonio fecundo en adoctrinamiento a su pueblo. Se vestía entre derechos fundamentales y crecía junto a libertades públicas en la primera calle, que en verdad, eran un poco privadas,  aunque les gustaba mucho el maquillaje. Él vivía en la puerta número dieciséis con dos más, que nos daban la libertad de poder creer en lo que quisiéramos,  poder no decirlo a nadie y que nadie nos pudiera obligar a decirlo, mientras mantuviéramos el “orden público”, claro. Aunque fuera el más pequeño de la casa, sería el que más daría para hablar, llegó el tercero para mantenerlo todo.

Al igual que cualquier oportunista, era muy parlanchín, sabía darle a la gente lo que quería o le hacían querer, eso es indiferente, la cuestión es que los de siempre acabaran ganando, como siempre. Te parabas a pensar que iba a pasar, pero nunca lo sabías, te decía que ninguna confesión tendría carácter estatal, pero luego sin pensarlo  te colaba que los poderes públicos, (otros con infinitos centímetros de coloretes en sus pómulos; que en verdad estaban a servicio de los poderes económicos, bueno no sé si estaban al servicio o eran los mismos, da igual) tendrían en cuenta las creencias religiosas de la sociedad y mantendrían relaciones de cooperación con la Iglesia católica y demás confesiones, no se sabe cuáles, pero bueno… las otras. A mi suponer se refería a la Santa Trama del PP, que tiene más número de fieles ciegos por la Fe, que la mismísima religión católica.

Los poderes públicos han cumplido perfectamente la relación de cooperación con la Iglesia Católica, eso no lo duda nadie, tanto que la han hecho de carácter estatal, otra vez, el pequeño 16.3 nos había engañado.

Aquí comienza la penitencia de la música, y la muestra más artística posible de que la iglesia y el Estado dejaron de vivir en la misma casa pero no solo siguieron casados, sino que mantenían numerosos encuentros amorosos; esta realidad se percibe en cada procesión con los oídos, no hace falta mirar, es el himno nacional, ese que en la teoría representa a todos los españoles pero que suena cada vez que entra o sale del templo un santo, y cada vez que Jesucristo resucita y se encuentra con su madre. Él resucita, pero muere la libertad, porque la Iglesia no es España, aunque a muchos les gustaría.

Tampoco hay una ley que regule esto, (aunque ya sabemos que los intereses están por encima de las leyes) si la hay, o se cambia o no se cumple. Sí que es cierto, que hay un vacío legar en el “Real Decreto 1560/1997, de 10 de octubre, por el que se regula el Himno Nacional” que ni limita ni prohíbe la interpretación según la contestación del gobierno de Rajoy a la FSMCV (Federación de Sociedades Musicales de la Comunitat Valenciana), quien le preguntó debido a la sucesión de varios incidentes en el verano de 2015, causados por algún alcalde valiente. De todos modos, invito a que lo lean e interpreten, no es para nada conciso.

La música es cultura, y al igual que toda la cultura en este sistema, va impulsada por unos intereses económicos. Ni es casualidad, ni gracia de Dios que se permita tocar el himno nacional en un acto religioso, aunque sea una tradición se rompería si no interesara a los de arriba, y harían creer en otros símbolos a las masas sentimentales (grupo de personas que reaccionan inconsciente o conscientemente según sus raíces culturales e ideológicas).

Las personas que practican la religión católica tienen una gran tendencia conservadora, ya que desde la misma iglesia son impulsados esos mismos valores. La Iglesia tiene muchos medios para controlar el pensamiento de sus fieles, porque lo que está claro es que ella sirve al sistema, y el sistema le sirve a ella.

A medida que la gente empiece a pensar que no es normal tocar el himno nacional en un acto religioso, entonces se comenzará a plantar la semilla para romper con esa cultura que les sirve a ellos, que siguen viviendo de nosotros. Por supuesto que es lícito que la gente sea católica, lo que no es, es que un estado lo sea pero al revés que los católicos, que lo son por sentimiento, el estado lo sea por interés.

La Santa Iglesia Católica es una empresa, y que se deje y se permita normalizar culturalmente a España y a la Iglesia en una, aunque parezca una tontería, mantiene el confort cultural de la Iglesia que marca la ideología en la cabeza de sus creyentes, esos que dividen España por sentimientos y no por clases.

Esa vieja cultura que propugna la religión católica se ve plasmada en una paz sin principios, lgtbiqfobia, machismo, amar a los que te oprimen y pedirles que piensen en los demás (cosa que nunca van a realizar), hacer propaganda de la caridad para que los pobres coman y no de cambiar el sistema para que puedan comer siempre,  no favorecer la lucha sino la Fe en algo que no es material y no va a llegar, pensar que todo ha sido igual siempre y nunca va a cambiar…Esto es la vieja cultura ideológica que impulsa la Iglesia y que favorece al sistema gracias a que sus cómplices lo permiten. De la Santa Iglesia viven muchas élites, esta se ha convertido en una pata más para aguantar el sistema, sobre todo culturalmente.

Ilustración Juan Martínez

 

Estos sentimientos nos sacuden también al movimiento PAI (puro ateo de izquierdas). Para nosotros oír ese himno crea rechazo en nuestro interior, esa bandera crea recuerdo, y ese recuerdo odio, y España sigue sin dividirse por la unidad de medida correcta. ¿Es tan malo el himno nacional? Está claro lo que representa, y su historia, pero eso las masas sentimentales no lo saben, ellas se guían por los sentimientos, no los suyos, sino los que les inculcan. Nosotros del movimiento PAI, también somos masas sentimentales, por muy capaces que nos veamos de comprender la realidad, servimos al sistema rompiendo a la clase trabajadora por sentimientos. Lo que hay que buscar es, PAN, TECHO, TRABAJO E IGUALDAD.

Fijaos todo lo que puede producir 50 segundos de música en el desarrollo del Estado y la lucha del movimiento obrero. Hay que romper con su cultura, pero no enfrentar sentimientos, sino unirlos a través de lo que queremos todos, comer.

La “Iglesia de la gente”, la que mantiene el peso de toda la estructura de esa gran empresa, y su fuerza cultural sobre todo al estar en contacto con la gente y sus pensamientos cotidianos; esta a su vez mantiene ese confort económico que hace posible su fuerza cultural, todo está  unido y además sustentado por otros amigos muy juguetones y cobardes, los ayuntamientos. En un Estado con 8124 municipios, pocos son los valientes  que no financian cofradías o iglesias. Muchos nos lo quieren esconder a través de los mágicos convenios, aquí vuelve a entrar la cultura musical. Que se vea normal que las sociedades musicales de los pueblos de la gran mayoría de España vayan a las procesiones, no ayuda a romper con la vieja cultura. Lo normal sería que la Iglesia como establecimiento privado contratara a sus músicos, está en su derecho, el problema está en que las bandas son pagadas indirectamente a través de los ayuntamientos que lo esconden en unos grandes convenios anuales. Nuestro antiguo amigo, ha vuelto a engañarnos.

Esta técnica es repetida a montón sobre todo en la realidad del País Valencià, por su situación cultural respecto a la música. Hasta los ayuntamientos más predicadores del movimiento PAI, permiten esta prolongación de la vieja cultura, y se excusan no yendo a las procesiones en representación del ayuntamiento, lo peor es que ellos mismos se creen revolucionarios por hacer eso, y no se dan cuenta de que son los principales culpables de que la gente no se pregunte como sería el mundo, si nuestra cultura fuera diferente.

Ellos mantienen en pie el confort de la Iglesia, que apenas tiene que trabajar para impregnar nuestra cabeza de su ideología que sirve a las élites económicas. Un ente machista, donde la mujer queda a un lado en importancia y en todo lo demás, siempre está a un lado, porque lo principal es que Dios es hombre según los hombres que mantienen el control de esa religión, y a partir de todo eso se mueve la Iglesia respecto a la cuestión de género. Las alcaldesas y alcaldes podrán hacer campañas contra el machismo para lavarse la cara, ahora está de moda, pero seguirán manteniendo la vieja cultura y no serán valientes de romper con ella.

Porque unos sonidos pueden sembrar la semilla de algo más grande, porque para romper con la Iglesia hay que empezar por ahí, por el arte, que es la base que la sustenta, porque el arte ya no es propiedad de reyes, obispos y cardenales, el arte es por y para el pueblo.

Una vez más la soberanía de un pueblo queda subordinada a los intereses de unos pocos, en este caso a los de Dios y sus vasallos, que en el fondo son ciertamente intereses económicos.

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