LAS VERDADERAS PREGUNTAS SOBRE RITA MAESTRE Y LA CAPILLA DE LA COMPLUTENSE
En este mensaje de Twitter, Rita Maestre resume perfectamente qué debe exigirse a esta sociedad: acostumbrarse a que, tras el 24M, la defensa de la laicidad, de la libertad de conciencia, está llegando a las instituciones.
Entretanto estamos asistiendo a un espectáculo mediático en el que todo vale cuando parece que lo que se intenta es eliminar de la vida pública el dictamen de las urnas, aunque la disculpa sea, como en este caso, un acto en defensa de la aconfesionalidad del Estado, ¿o es que no atenta a esa aconfesionalidad la presencia de capillas católicas en un ámbito académico público?
Ignacio Escolar nos plantea en el diario.es, cuáles han de ser realmente las preguntas que debemos hacernos en torno a Rita Maestre y la capilla de la Complutense:
LAS VERDADERAS PREGUNTAS SOBRE RITA MAESTRE Y LA CAPILLA DE LA COMPLUTENSE 16/06/2015
La pregunta no es si la concejal y portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, tiene que dimitir. Ni tampoco si debe pedir disculpas, o si fue un error ponerla en las listas estando imputada. Las grandes preguntas de este caso son otras.
¿Qué pinta una capilla católica en una universidad pública de un Estado que en su Constitución se dice aconfesional? ¿Acaso hay también una mezquita? ¿Una sinagoga? ¿Un rincón de rezos al espagueti volador?
¿Por qué es ahora, justo ahora, cuando transciende que el fiscal pide un año de cárcel contra Rita Maestre en un escrito de hace un año por un proceso judicial que se inició hace cuatro años?
¿Qué entendían por “Je suis Charlie” los que hace nada repetían que eran Charlie? ¿Nunca leyeron la revista o es que no hablan francés?
¿Por qué la justicia rusa es tiránica y totalitaria cuando encarcela a las Pussy Riot pero no lo es la española cuando pide un año de cárcel por una protesta similar? ¿Cuál es exactamente la diferencia entre una “asaltacapillas” –como califica la derecha a Rita Maestre– y unas “luchadoras por la libertad”?
¿Alguien sabe explicar por qué razón toda la prensa de papel es unánime en destacar los tuits de Guillermo Zapata en sus portadas, pero ni uno solo de los periódicos tiene un hueco en ellas para contar que el caso Gürtel será juzgado por dos jueces nombrados por el PP?
¿Por qué la misma prensa que es tan comprensiva con el dinero negro y las cuentas en Suiza es tan contundente con el humor negro y las cuentas en Twitter?
¿Por qué razón el PP considera motivo de dimisión hacer mofa de las víctimas del nazismo, mientras mantiene como portavoces a dos diputados –Rafael Hernando, Pablo Casado y tantos otros más– que se han burlado de las víctimas del franquismo y no han pedido disculpas jamás? ¿Es que Alemania nos pilla más cerca que las cunetas de este país?
¿Cómo es posible que un ministro de Interior que no ve problemas en homenajear a la División Azul y se recoge a “meditar” en la tumba de Franco, el Valle de los Caídos, se atreva a dar lecciones a los demás?
¿Cómo tolerar que el mismo PP que ha hecho propaganda electoral xenófoba pretenda denunciar los tuits de Zapata en el Parlamento Europeo por “racistas”?
Las respuestas a estas preguntas son bastante obvias. Tan obvias como la campaña organizada de la derecha política y mediática contra las candidaturas que legítimamente gobiernan en Barcelona, en Zaragoza, en Santiago, en Cádiz, en A Coruña, en Valencia y en Madrid.
No les han dado ni 24 horas de plazo. No van a parar.
Actualización, 10:12. Mi compañero Iñigo Sáenz de Ugarte escribe también sobre el “asalto” a la capilla de la Complutense: Las tetas como amenaza a la civilización occidental. Corto y pego uno de los párrafos de su artículo. Completamente de acuerdo con él:
“Que algo pueda ser censurable moral o políticamente en función de las ideas de cada uno no quiere decir que tenga que ser censurable penalmente. Al menos en una democracia liberal, más o menos desde que se aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos y los países occidentales decidieron aplicarla en sus legislaciones. Repitan conmigo: los actos de disidencia política no se castigan con prisión, excepto en la Rusia de Putin y otros lugares aún menos recomendables”.